domingo, 27 de agosto de 2017

Juan Cabo, amigo del alma


 
 
Se cumple el primer aniversario de la muerte de un amigo, de un hombre de Dios que hizo opción por los marginados sociales, por los pobres, por las clases humildes. Después de un año de la gran pérdida de un amigo como tú la experiencia de situaciones dolorosas me ha hecho comprender que nada de lo pasado está perdido; que Dios recoge de nuevo con nosotros nuestro pasado, que nos pertenece. Entiendo que no hay nada que pueda sustituir la ausencia de una persona querida, en principio parece muy duro y es un error decir que Dios llena ese vacío; Dios no lo llena de modo alguno porque al quedar el vacío sin llenar nos sirve de nexo de unión con la persona querida ayudándonos a conservar nuestra autentica comunión, aunque muchas veces sea con dolor. Por otra parte al ser tan ricos y hermosos los recuerdos que pasamos juntos por momentos se hace más difícil  la separación, pero uno no lleva en sí los recuerdos buenos del pasado como si fuesen un aguijón, sino como un valioso regalo. Entonces es cuando emanan del pasado una alegría y una fuerza duradera.
Así pues, cuando la nostalgia de lo vivido me domina – lo cual me ocurre en momentos imprevistos- sé que sólo se trata de una de las muchas “horas” que Dios siempre tiene a punto para cada uno de nosotros. Y entonces comprendo que no debo volver al pasado por mi propia cuenta, sino en compañía de Dios.

Nada se Pierde en cristo Jesús; en Cristo todo se guarda, se conserva. Cristo lo restituye todo. Cristo es el verbo de Dios, por quien, y para quien, fueron creadas todas las cosas. Todo lo que existe, está bajo la autoridad y señorío de Cristo, esto lo han reconocido todos los creyentes en toda la historia del pueblo de Dios. El salmista David se asombra de la obra de Dios y reconoce la inmerecida misericordia de parte de su majestuosa divinidad. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.” Dios es nuestro refugio y fortaleza, socorro siempre a punto en la angustia. Por eso no temeremos aunque tiemble la tierra y los montes se hundan en el fondo del mar. Aunque bramen y se agiten las aguas, y con su oleaje sacudan los montes” (Sal. 46:1-3).
La revelación de Dios en Cristo nos trae esperanza, podemos descansar en la verdad que todas las cosas están unidas bajo el mando de Cristo, que nada se escapa de su control, y que nosotros mismos no escapamos de su soberano y tierno amor, en medio de cualquiera que se nuestra situación.
Que el Señor premie la generosa entrega  de ti mismo en favor de la Iglesia y de los más necesitados haciendo de la predicación de la verdad evangélica y de la caridad pastoral programa de tu ministerio como apóstol de Cristo, testigo del misterio pascual de Cristo en el que creíste e hiciste razón de tu vida y motivo de predicación.
Porque creíste y viviste exhortando a poner la confianza en Dios y tener siempre esperanza, mientras te aplicabas a ti mismo las palabras de san Pablo: “Creí, por eso hablé, también nosotros creemos  y por eso hablamos, sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con vosotros” (2 Cor 4,14).
Los cristianos tenemos la esperanza de ser contados entre los que entrarán en la vida eterna, porque, siguiendo las enseñanzas del Apóstol, sabemos y así lo creemos que el bautismo nos ha configurado con la muerte de Cristo y con su resurrección, de suerte que “si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya” (Rom 6,5). De esta suerte la vida del cristiano es verdadera vida en Cristo que se prolongará definitivamente una vez hayamos pasado por la muerte. Bien puede por esto mismo añadir el Apóstol en la carta a los Romanos: “si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom 6, 8).
José Carlos Enríquez Díaz