sábado, 25 de marzo de 2017

Señor Manuel Regal: El sacerdocio no es un oficio



Manuel Regal utiliza para su artículo en Religión digital el argumento de una mujer de aldea:
http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2017/03/22/religion-iglesia-opinion-manuel-regal-la-gracia-o-no-de-ser-mujer-christina-moreira-mujer-sacerdote-ordenacion-mujeres-ordinatio-sacerdotalis.shtml
"A mí me da igual que el médico sea hombre o mujer, que el profesor de nuestros hijos sea hombre o mujer, que el veterinario sea hombre o mujer; yo lo que quiero es que sea buena persona y que cumpla bien su oficio".
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Hay hombres ordenados sacerdotes que pueden trabajar en tareas diversas: profesores, servicios administrativos de la iglesia, o ejercer profesiones civiles. La mayor parte de los sacerdotes ejercen lo que desde antiguo se llamaba “la cura de almas”, es decir, que nos dedicamos al ministerio pastoral directo básicamente en parroquias. 
Sentir pasión por el Evangelio es posible porque el Evangelio no es primariamente un mensaje, un conjunto de ideas encomiables, sino fundamentalmente una persona, Cristo, el Hijo de Dios, que nos ha invitado a la conversión y a creer en el Evangelio (Mc 3,14).
La vocación afecta a nuestra identidad profunda, dice quiénes somos en realidad, más allá de toda apariencia. De este modo, podemos decir que el sacerdocio es una profesión en la medida que el sacerdote “hace” cosas, desempeña diversas funciones, pero con eso no está dicho todo. Lo que verdaderamente define al sacerdocio es su carácter vocacional; es decir, el hecho de que se trata de un proyecto de vida que exige una determinación espiritual (una respuesta a una llamada), que afecta a todas las dimensiones de la vida (corpórea, afectiva, intelectual, etc.), que pide exclusividad, entrega y fidelidad absolutas, y que es animado por una pasión: la pasión por el Evangelio. Exige exclusividad, entrega absoluta.
El sacerdocio es una profesión a la que se llega, o se debe llegar, sólo por vocación. Y se nota. No es igual ordenarse sacerdote porque así lo quisieron las circunstancias y ejercer el sacerdocio como un funcionario cualquiera cumple con su cometido, que ordenarse por auténtica vocación y dar la vida ilusionado por la gente y por la Iglesia.
Una Profesión señor Regal, se refiere a una actividad externa, se determina en función de los gustos, las cualidades y las posibilidades,  pone en funcionamiento la dimensión creativa-generativa, remunerado, puede cambiar, pide disciplina y dedicación.
Una vocación Tiene que ver con el interior de la persona, exige una determinación espiritual,  ponen en funcionamiento todas las dimensiones de la vida: afectiva, de la existencia racional, creativa, etc., Gratuito, Permanece.
En el Documento del Concilio Vaticano II llamado "Presbiterorum Ordinis", se describe la misión del sacerdote: "Los sacerdotes contribuyen, a un tiempo, al aumento de la gloria de Dios y a que progresen los hombres en la Vida Divina" (P.O.2).
"Los presbíteros, tomados de entre los hombres para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, viven entre los demás hombres como entre hermanos" (P.O.3).
"Por su vocación y ordenación, los presbíteros de la Nueva Alianza son ciertamente separados en el seno del Pueblo de Dios, no para alejarse de él, ni de cualquier hombre, sino para que puedan consagrarse totalmente a la obra a la que el Señor los llamó" (P.O.3).
En el caso de Saulo aparece más vivamente el estrecho lazo que existe entre bautismo y vocación. Por el bautismo Dios se adueña de una alma para llenarla de su vida divina; por la vocación quiere adueñarse de ella mucho más, llevando hasta lo máximo esta posesión.
Para que Pablo pudiera realizar lo que le pide el Señor, deberá recibir la luz y la fortaleza de lo alto, "ser lleno del Espíritu Santo". Como en él, conversión y vocación coinciden; la gracia que necesita le es dada por el bautismo.

El bautismo inauguró la vida de Pablo "en Cristo", vida de fe y de amor. En virtud de la vocación Pablo se entregó totalmente a Cristo que entraba en su alma; se puso a vivir únicamente por Él: la fe y la caridad alcanzaron su más grande dimensión en la total consagración a su misión apostólica.
Hoy se valora poco la salvación, la gracia, los sacramentos, la acción de Dios en las almas. Como consecuencia, difícilmente se valorará el ministerio de alguien que se dedica a la «cura de las almas», es decir, a su cuidado, dirección y acompañamiento.
Sólo quienes aprecian el hecho de que Cristo ha querido quedarse entre nosotros en la persona misma de quienes tienen autoridad para actuar en su nombre, valoran el misterio que llevamos en nuestros «vasos de barro» y firmarían las palabras de un conversa francesa, Madeleine Delbrel, que salió del ateísmo gracias a la ayuda de algunos sacerdotes, y decía: «La ausencia de un verdadero sacerdote en una vida es una miseria sin nombre; es la única miseria».
 
 
 
 

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