martes, 14 de marzo de 2017

Juan Pablo II y el sacerdocio de la mujer


 
El Papa san Juan Pablo II descartó toda posibilidad de debate dentro de la Iglesia sobre la posibilidad de aceptar el sacerdocio femenino, señaló que las mujeres no pueden ser sacerdotes porque el mismo Cristo, que instituyó el Sacramento, determinó que fueran varones quienes ejerzan este ministerio. Lo cual no significa que la mujer no sea una parte fundamental en una Iglesia, toda ella ministerial en virtud del sacramento del bautismo.
Por este motivo, san Juan Pablo II, en su carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis, explica claramente que la ordenación de mujeres no es ni será permitida porque «la Iglesia no tiene de ninguna manera la facultad de darle a las mujeres la ordenación sacerdotal, y esta sentencia debe ser considerada de modo definitivo por todos los fieles de la Iglesia».
En el cisma de occidente la legislación sobre los cónclaves, había previsto casi todos los casos, pero no que los cardenales pudieran cambiar de opinión y dividirse eligiendo primero a un papa y luego otro, en circunstancias en las que no era  posible  saber cuál era el auténtico. Hubo, pues, una iglesia dividida, con dos papas y luego con tres, auténticos ambos, aunque todos problemáticos, lo que nos hace relativizar y valorar la doctrina del único papa como garantía de unidad de la Iglesia.
A partir del siglo II después de Cristo los paganos empezaron a criticar el papel preponderante que tenían las mujeres en las iglesias cristianas, ya que esto chocaba con el patriarcalismo y el dominio de los varones que imperaba en la sociedad de la época.
Durante el siglo III, el filósofo neoplatónico Porfirio, que fue un adversario de la fe cristiana, llegó a decir despectivamente en una de sus quince obras anticristianas que la Iglesia estaba dominada por las mujeres. Poco a poco, tales puntos de vista de la sociedad civil se fueron introduciendo en las congregaciones hasta conseguir la marginación femenina que a través de la Iglesia católica pasó al protestantismo y así llegó hasta la actualidad.

Un excelente estudio de tal proceso puede encontrarse en la obra “Femenino plural”, de la española, Marga Muñiz (Muñiz, 2000). En este trabajo se explican muy bien aquellos pasajes del Nuevo Testamento que tradicionalmente se usaron para leer a Pablo según los criterios machistas de la filosofía griega.

La iglesia postapostólica cometió el error de interpretar los escritos del apóstol a través de los ojos de Aristóteles, Platón, los filósofos estoicos, los rabinos judíos e Ireneo o Jerónimo entre otros. Sin embargo, textos como 1ª Corintios 11:2-16; Efesios 5:18-32, 1ª Timoteo 2:8-15; 3:1-7 o Gálatas 3:28, no pretenden enseñar la subordinación indiscriminada de la mujer al varón por considerar que ella sea inferior, que no deba enseñar o esté siempre necesitada de tutela masculina, sino promover el orden en las congregaciones cristianas.
Resulta asombroso que Pablo no sólo le dé el título de apóstol a una mujer, sino que incluso diga que es “ensalzada” entre los apóstoles, es decir, que su fama sobresale por encima de los demás apóstoles. Debió de ser realmente una joven extraordinaria.
Pero el nombre de esta mujer ha provocado y sigue provocando, grandes discusiones entre los biblistas. El motivo es que, para muchos estudiosos, Junia es el nombre de un varón. En efecto, la palabra griega Iounian puede traducirse al castellano de dos maneras: como “Junia”, y entonces se trataría de una mujer, o como “Junias” (con “s” final), y entonces sería nombre de varón, abreviado de “Juniano”.
Junia, con su marido Andrónico, eran una pareja de misioneros y
evangelizadores que trabajaban juntos en la obra del Señor, al igual que otras parejas cristianas, como Priscila y Áquila (Rm 16,3), o Filólogo y Julia (Rm 16,15). Sin embargo a Junia le tocó un privilegio extraordinario: formar parte del grupo de los apóstoles, aquellos testigos especiales de la resurrección de Cristo y predicadores del Evangelio.
             
De esta mujer excepcional conocemos también otros detalles (Rm 16,7). Sabemos que era “pariente” de Pablo. Pero no se trata de un parentesco carnal. Pablo solía llamar “parientes” a los judíos de raza; o sea que Junia era de origen judío.             
             
Sabemos también que había sido compañera de prisión de Pablo. O sea que Junia, al igual que Pablo, había sufrido persecución y había estado encarcelada por causa del Evangelio.
La Iglesia actual, gracias a Dios, ha promovido enormemente el rol de las mujeres, y les ha abierto las puertas a numerosas tareas antes vedadas. Sin embargo, en algunas partes, ellas siguen siendo postergadas, y se las relega a tareas secundarias.
La Iglesia necesita aprovechar al máximo la plenitud de dones y talentos de la mujer, así como Éfeso necesitó del servicio cualificado de Junia.
Además estoy convencido de que las mujeres participaron en la última cena. El día de la institución de la Eucaristía, Jesús, como nos narra Juan, le pidió a él y a Pedro que prepararan lo necesario para la celebración de la Pascua. Pedro y Juan, en poco tiempo no habrían podido hacerlo todo ellos solos; se tenía que comprar el cordero, limpiarlo y cocerlo; hacía falta preparar los panes ácimos y las hierbas amargas. Los dos discípulos fueron ayudados por Nuestra Señora y las pías mujeres. En el octavo capítulo del Evangelio de Lucas leemos que estaban con Jesús y los Doce: María Magdalena, Juana y Susana, que había sido libradas del demonio y de otras enfermedades, y otras mujeres que no se nombran, que servían a Jesús y a los apóstoles con sus bienes. Estas mujeres, junto a Nuestra Señora, acompañaban siempre a Jesús y formaban una comitiva que lo seguían.
Gracias a Dios por las mujeres que estuvieron cerca del sepulcro aquel domingo en la mañana cuando Jesús resucitó y pudieron anunciar a los Apóstoles de este importante suceso (Mateo 28:8-10).  Gracias a Dios por mujeres como Priscila que pudieron saber hablar a un Apolos (Hechos 18:25-26) para que el Evangelio fuese predicado más correctamente. 
La ordenación desde el punto de vista bíblico, es sencillamente el reconocimiento de los dones y ministerios que Dios otorga a una persona (Hechos 6: 1-3; 13: 1-3; 1 Tim. 5: 17
Pero, Elena de White, dice que la Iglesia Católica pervirtió ese concepto de la ordenación equipándolo con un poder especial que daba jerarquía al clero por encima de todos los creyentes: “Ulteriormente, el rito de la ordenación por la imposición de las manos fue grandemente profanado; se le atribuía al acto una importancia infundada, como si sobre aquellos que recibían esa ordenación descendiera un poder que los calificaba inmediatamente para todo trabajo ministerial.” (Ibid). Incluyendo, que la teología católica expulso a las mujeres del ministerio, por la influencia pagana de los filósofos griegos que jerarquizaron la sociedad, poniendo a las mujeres en uno de los niveles más bajos (Aristóteles, Politics, 1.5.3-8).

¿En qué lugar del Nuevo testamento es el titular de un cargo una persona sagrada, segregada del resto de los hombres, elevada sobre los cristianos ordinarios como mediador con Dios de forma que la ordenación aparezca a veces como más importante que el bautismo?

Si el servicio eclesiástico no fue al principio de dedicación completa y no tuvo que ser a toda costa una profesión, ¿no es concebible de nuevo, también en el futuro, como actividad al margen de la profesión, que pueda ejercerse en determinadas circunstancias no de por vida, sino como servicio durante un tiempo? si el servicio eclesiástico no tuvo que ser al principio un estado social, ¿no es concebible también en el futuro como servicio de un hombre entre hombres sin especiales privilegios de clase y sin símbolos de estado?

Si al principio el ministerio eclesiástico no llevó aparejada la soltería ni para obispos ni para sacerdotes y no incluye hasta hoy en las iglesias orientales el celibato al menos para sacerdotes, el estado de soltería ¿no podría ser de nuevo en el futuro, también en la iglesia occidental, una avocación asumida de forma libre? ¿un ministerio, pues, que en nuestro tiempo puede estar abierto también a mujeres, tal cómo es costumbre ya en muchas iglesias occidentales?

Si el ministerio eclesiástico no estuvo sacralizado al principio y si el titular de un cargo no era segregado como "persona sagrada" del resto de los hombres y elevado a mediador de Dios, ¿ no se debería poder superar de nuevo el no bíblico clericalismo dominante de ahora?
Tiene también razón Gonzalez Faus cuando afirma lo siguiente : “Cuando en la historia surge alguna causa que parece traer salvación, se  apuntan inmediatamente todos los que no quieren servir esa causa sino servirse de ella: inventores fracasados, picapleitos sin éxito etc. el enemigo más grande de las causas más santas son algunos de sus defensores, toda la comunidad cristiana tiene derecho a pedir a las mujeres que aspiran al ministerio, que examinen bien si buscan un sacerdocio pretendiendo un servicio o “un salto a la fama” esto también sirve para los varones pero entre los varones no se da hoy este atractivo clásico de lo prohibido que se expresa en aquellas frases ya viejas: el divorcio es una cosa que solo interesa a los casados (Lidia Falcón); el matrimonio es una cosa que solo interesa a los curas (Simone de Beauvoir); y ahora el sacerdocio es una cosa que solo interesa a las mujeres."
Esto quiere decir que el acceso al ministerio no puede ser defendido para resolver ningún problema personal (ni siquiera ese sentimiento de culpabilidad machista que nos pode molestar a muchos varones).
 Si algún día  nuestra iglesia ordena mujeres sacerdotes sospecho, que en los comienzos tendrá que hacerlo con cuentagotas y no como ruptura de presa y esto seguirá suponiendo frustraciones para muchas mujeres  que les costara aceptar que su  propio rechazo se deba a razones personales y  les será más fácil seguir atribuyéndolo a razones sexistas.”
El sacerdocio de Jesús no necesita de templos, ritos y sacrificios , ni de especiales intermediarios entre Dios y los hombres; es distinto y se condensa en el amor que rige y mueve toda su vida, no en otro tipo de sacrificio externo, violento, oficiado por intermediarios sagrados.
Ellos se dedicaron a la enseñanza de los Apóstoles, fieles a la comunión fraternal, a la fracción del pan y a las oraciones. ” (Hechos 2:42)

– “Día tras día, un solo corazón, asistieron asiduamente al Templo y partían el pan en sus hogares, tomando los alimentos con alegría y sencillez de corazón.” (Hch 2,46)

– “Para vosotros, no os hace falta llamar” maestro “, porque sólo tenéis un maestro y todos ustedes son hermanos. No llaméis a nadie sobre la tierra ” padre “, ya que solamente tenéis uno , el Padre celestial. No hace falta que llaméis a nadie “doctor”, ya que sólo tienes un médico, Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor, quien se exalta a sí mismo será humillado, y quien se humilla será enaltecido. » (Mt 23,8-12).
“Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos. “(Mateo 18:20)
¿Qué es lo que hace que exista una Eucaristía? ¿Es la presencia del sacerdote o la existencia de una comunidad que, después de Jesús, dice, ‘Esta es mi vida que yo os doy? No son las palabras de la consagración las que hacen que haya Eucaristía, y que Dios esté presente. Es el compromiso de la comunidad suscitado por el Espíritu y por el Evangelio. Por lo tanto, cuando una comunidad se reúne para hacer memoria de Cristo resucitado – en palabras y también en acciones – de las buenas nuevas de Jesucristo, ella celebra la Eucaristía, independientemente que un sacerdote ordenado esté presente o no.
 

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