lunes, 27 de febrero de 2017

Un obispo pide al Episcopado brasileño que abra el debate para que los laicos puedan presidir la Eucaristía.


 
 "Ojalá los obispos propongan ya soluciones valientes, que nos alejen del clericalismo"
El obispo emérito de Jales, Dom Demetrio Valentini , dijo durante su homilía en el Santuario Nacional de Aparecida, en la mañana del martes (14) que la Iglesia en Brasil necesita reflexionar sobre la cuestión de los católicos que no tienen acceso a la Eucaristía con frecuencia. El obispo sugirió para resolver este problema la elección de laicos comprometidos en la vida de la comunidad para asumir esta tarea de presidir la Eucaristía. El obispo estaba en el santuario debido a la celebración del 25 aniversario de la Asociación Nacional de Presbíteros de Brasil.
"¿Somos una Iglesia que comparte el  pan, o una iglesia que somete a  sus comunidades a la escasez que lleva a su debilidad y a la propia disolución eclesial?", dijo el obispo, que hizo memoria de un discurso del Papa emérito Benedicto XVI en Aparecida durante el CELAM.
Empecemos por plantearnos la realidad del laico, que hoy es muy amplia en la Iglesia. Se trata de una palabra no siempre clara. En efecto, en el Nuevo Testamento no encontraremos ninguna que pueda identificarse con el concepto de laico que utilizamos hoy. Por el contrario, sí encontramos el concepto de pueblo. Además, el laico siempre tiene una definición negativa: el que no es sacerdote, el que no hizo votos religiosos, pero en definitiva es el cristiano, todo bautizado. En este sentido, el teólogo Yves Congar decía que los laicos sólo encontraban tres posiciones posibles dentro de la Iglesia: sentados, escuchando lo que dice el sacerdote; arrodillados, siguiendo la misa que el sacerdote celebraba de espaldas y en latín; o con la mano en el bolsillo, para el sostenimiento de la Iglesia. A esos laicos les correspondía un papel totalmente pasivo hasta que fueron convocados por el Concilio Vaticano II como productores de bienes simbólicos y no sólo consumidores. En la época del Concilio había una visión dicotómica: clero. laicado; mundo secular vs. Iglesia. Sin embargo, existía la promesa de que se avanzaría hacia un modelo de Iglesia más integrado, con los carismas en función de la comunidad. Lamentablemente, en el post Concilio los cambios se frenaron un poco. Hoy, considero que una buena porción de laicos está haciendo su camino, sin importarle demasiado si la Iglesia aprueba o no sus decisiones.

El Nuevo Testamento afirma la necesidad de que en la iglesia existan “ministerios” . Es más , la existencia de estos “ministerios” o servicios es algo esencial para la vida de la comunidad cristiana . Por consiguiente, está fuera de duda que es voluntad de Dios que en cada comunidad creyente haya ministerios  que enseñen el mensaje , que presidan en la asamblea de los creyentes , que coordinen los diversos  “carismas” , que estimulen y alienten a los fieles y que se encarguen de las diversas actividades o funciones que requiere el buen funcionamiento de la comunidad. Todo esto son cosas que no vamos a poner en duda .
 
Pero una cosa es hablar de “ministerios” y otra es hablar de “clero”. El Nuevo Testamento habla de los ministerios que debe de haber en la iglesia ; del “clero”, sin embargo , jamás dice ni palabra . Por supuesto , el término griego klêros (que significa “suerte” o “herencia”) se utiliza algunas veces para referirse a cosas que nada tienen que ver con el clero eclesiástico (Mt 27,35 Col 1,12 ).
Cuantos desearíamos ver una iglesia cristiana acorde con el patrón bíblico, y cuantos buscaríamos ese espíritu de fraternidad, sinceridad, sencillez y humildad que caracterizó a los primeros cristianos. Pero nuestra realidad es otra, la iglesia ha prosperado como estructura, como denominación, y como masa de gente, pero ha menguado en su poder de testimonio, y sobre todo, en su humildad y sencillez. Cuando vemos la realidad predominante en nuestro entorno nos decimos; «¿a dónde irá a parar la iglesia, si Cris-to no viene pronto?.»
Les mandó que no llevasen nada para el camino: ni pan, ni bolsa, ni dinero en el cinto, sino solamente un bastón; pero que calzasen sandalias y que no vistiesen dos túnicas. (Marcos 6:7- En este mandato notamos que su enseñanza era la sencillez, “no vestir dos túnicas“, pero aun en sí mismo, Jesús era sencillo en su forma de ser y de vestir, pues dice la Biblia que su túnica era “sin costura” de una sola pieza: “Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron los vestidos de él e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Además, tomaron la túnica, pero la túnica no tenía costura; era tejida entera de arriba abajo.”  (Juan  19:23). Y tejida de algodón. Por lo general, las túnicas caras eran de varios elementos, y contenía seda. Para demostrar más la sencillez del Maestro, en las escrituras se describe su entrada a Jerusalén montado en un pollino prestado (Mateo 21:2), ¿Y por qué no usó un caballo brioso? Y para celebrar su última cena tuvo que pedir una casa prestada (Lucas 22:7-13), y al morir, fue enterrado en una tumba prestada, (Lucas 23:50-56) propiedad de José de Arimatea. ¿Queremos más eviden-cia de su sencillez? ¿De dónde sacamos la doctrina de la corbata y el traje? ¿De dónde sacó la iglesia católica la sotana y el cuello clerical, heredado después por los luteranos y por los demás evangélicos? ¿Qué tratamos de decir con esto? ¿Qué somos  ministros, religiosos, diferentes al resto del pueblo? En el principio Jesús y los discípulos se fundían con el pueblo, al grado tal que eran uno mas en la multitud. 

Jesús está literalmente y de forma espectacular de pie afuera de la puerta de una iglesia autosuficiente que confía en métodos, estrategias, tácticas y cambios de paradigma “vanguardistas” tomados del mercado secular. Él está pidiendo a gritos, “¡Déjenme Entrar! ¡Arrepiéntanse! ¡Aléjense de esas cisternas rotas que no ofrecen agua viva! Hago un llamamiento a un pueblo que camine en fe y cuya confianza se mantenga exclusivamente en Mis promesas. ¡Anhelo un pueblo cuya fe les permita ver lo invisible, creer lo increíble, y recibir lo imposible!”

El peligro de la apariencia radica en la importancia que ésta toma en muchos círculos mundanos, y como estos conceptos se introducen en la Iglesia. El hombre no vale por la ropa que viste, ni por los zapatos que calza, sino por la vida que vive delante de Dios. Debemos plantearnos de nuevo una vida en sen-cillez, en donde el decoro y el ornamento modesto sea una característica de los hijos de Dios, desechando toda opu-lencia y soberbia que nos lleve a una vanidad física que está contra la vida del Espíritu. La iglesia no es una liturgia, ni una estructura arquitectónica, ni un orden de cosas materiales, !NO¡. La iglesia son los redimidos por Jesús, donde quiera que se junten.
Al respecto escribe Charles Corson:  “¿Quién es el que no dice:«Voy a la iglesia»? Al lugar en que adoramos lo llamamos la iglesia. Y cuando decimos que «estamos construyendo una iglesia» queremos decir que estamos esforzándonos por levantar un edificio, no estamos solidificando hombres y mujeres en su madurez espiritual. Hay un millar de expresiones comunes en las que se da por sentado que la iglesia es un lugar, y nada más. Esto no es simple coloquialismo, porque tal manera de hablar pre-supone y condiciona nuestra perspectiva de la iglesia, creando lo que muchos han llamado correctamente «el complejo de edificio», por el cual se mide la importancia y el buen éxito de la iglesia de acuerdo con el tamaño, la belleza y la funcionalidad de su estructura física“  El poder de la iglesia está en su gente, no en sus edificios. La riqueza del evangelio no está en el poder eco-nómico, sino en el poder de la vida y ejemplo que demos delante del mundo, en nuestro “testimonio”.
 
 

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