domingo, 6 de marzo de 2016

Dios preso


Xabier Pikaza


Uno de los problemas principales del mundo actual es la cárcel. Vivimos en un sistema de violencia que expulsa y margina a los que considera peligrosos, como en tiempos de Jesús expulsaba a los leprosos, sometía a los esclavos. En la lista de problemas de las sociedades adelantadas de comienzos del siglo XXI quizá el de las cárceles sea el más hondo, el más hiriente: la buena sociedad relega y margina en ellas a los que no le sirven, a los que le parecen peligrosos. Pues bien, en contra de eso, Jesús se presenta en Lc 4, 18-20 como el enviado de Dios "para liberar a los encarcelados". Ese mismo Jesús proclama en el juicio final su palabra más honda de consuelo: "venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, estuve en la cárcel y me visitasteis...".
            Por eso, en medio de una sociedad que tiende a expulsar y encerrar en la cárcel a los más débiles y dislocados del tejido social, debe elevarse el cristiano como un hombre o mujer que está dispuesto a liberar/visitar a los encarcelados, en un gesto de esperanza que va en contra de las tendencias de la sociedad actual. El cristiano no es ingenuo: no quiere abrir con violencia  las cárceles, pues la violencia genera nuevas opresiones y las cárceles forman parte de la estructura legal de este mundo viejo (que sólo con violencia legal puede mantener sus estructuras), de tal manera que  para cambiarlo (y superarlo) hay que cambiar de raíz al hombre entero. Además, el cristiano acepta el sistema judicial, que desemboca en la cárcel, pero no para que se perpetúe, sino para ir más allá y superarlo  por dentro sistema, en línea de gratuidad. Por eso,  la misión y tarea de los cristianos en el entorno de la cárcel forma parte de su gran misión liberadora, realizada en forma de evangelización que se dirige a la transformación del ser humano, desde el anuncio del  reino, en esperanza creadora.
             Los encarcelados no son unos pecadores públicos especiales, dentro de la Iglesia, a quienes debemos confesar y reformar por la penitencia, sino que forman parte de la humanidad necesitada: son el último eslabón de una cadena de opresión, signo y consecuencia de un pecado social mucho más extenso. Por eso, la presencia de la iglesia en su entorno ha integrarse en el conjunto de su acción misionera, recibiendo dentro de ella una función muy significativa: entre “todas las naciones” a las que Mt 28, 16-20 ha enviado a los discípulos de Cristo se hallan de un modo especial los encarcelados.
            Teniendo eso en cuenta podemos ya trazar algunos elementos de  lo que puede ser la presencia de los discípulos de Jesús en el mundo (entorno) de la cárcel, es decir, de la opresión más honda de nuestro tiempo, ofreciendo una especie de  guía o ideario de evangelización o testimonio cristiano en ese campo, siguiendo los cinco básicos de la acción de Cristo a quien podemos ver como juez, redentor, liberador, reconciliador y salvador mesiánico de la humanidad (y en este caso de la humanidad en su estadio más deteriorado que aparece en el contexto de los encarcelados).. Como hemos indicado ya, aceptamos la distinción entre el plano legal, propio de la racionalidad social (del estado que tiene que apelar a la "espada" como sabe San Pablo en Rom 13, 1-6) , y el plano de gratuidad evangélica, propio de la iglesia, donde ya no hay talión ni espada, sino gratuidad creadora. Desde ese contexto queremos ofrecer un programa de presencia del cristiano en el mundo de las cárceles.  Es un programa general, orientador, que debe después concretarse (y cambiarse) como lo exijan las condiciones concretas de cada caso  Por mayor claridad lo dividimos en tres momentos principales:
1.  Punto de partida. Base humana
            Los siete primeros momentos de este camino de acción liberadora del cristiano en el mundo (en el entorno) de las cárceles se sitúan sobre un plano de búsqueda humana, en línea de prevención y encarnación. Ellos se arraigan, por un lado, en la racionalidad humana, entendida en forma de comunicación social; por otro lado pueden asumir el compromiso de la gratuidad cristiana. En principio, pueden y deben ser compartidos con todos los que comparten unos mismos ideales de libertad y comunicación social, sean o no cristianos. El entorno de la cárcel es un lugar donde vienen a encontrarse muchas personas. La colaboración entre ellas es fundamental. Así los cristianos aprenderán a dialogar con otros hombres y mujeres que quieren superar también el puro sistema legal de las cárceles, y estos podrán escuchar la novedad del evangelio.
1.– Prevención. Antes que curar está evitar. Son mayoría los presos que provienen de contextos de fuerte presión y contradicción social, de manera que parecen predestinados a la violencia y represión. Por eso es necesario prevenir, es decir, transformar el orden social y psicológico (económico, familiar, cultural...)  del que provienen los encarcelados, procurando a través de la presencia eclesial (y social) que se superen aquellas condiciones de extrema pobreza o marginación que son como “caldo de cultivo” del que brotan la mayor parte de los encarcelados.
-         Prevención social. Esta acción preventiva forma parte de la misma tradición y exigencia legal de la sociedad. No se pueden aplicar las mismas normas a hombres y mujeres que son en principio muy desiguales. La misma sociedad civil ha de empeñarse en crear condiciones de igualdad y concordia para que el comportamiento de los ciudadanos sea concorde (esté animado desde el corazón de todos). Esta acción  se puede ejercer sólo en los lugares marginales, sino que debe dirigirse al conjunto social, pues deben cambiar y transformarse en gratuidad y comunicación todos los estamentos sociales, pues de lo contrario continuaría reinando la injusticia, seguiríamos alimentando nuevas formas de delincuencia. 
-         Prevención eclesial. En plano cristiano, la mejor forma de prevención social  consiste en que la iglesia sea  iglesia, es decir, comunidad  fraterna y liberadora y que se haga presente, como signo de comunión y fuente de esperanza humana, en las circunstancias  y lugares más conflictivos de la tierra. La iglesia no puede exigir por la fuerza al estado que resuelva los problemas sociales, transformando las condiciones de vida de los  más amenazados de violencia. Ella misma debe ofrecer su testimonio de humanidad integral en esos ambientes conflictivos; sólo de esa forma cumple su tarea de ser signo de esperanza (evangelio) sobre el mundo.   
            Esta primera acción es fundamental en tiempos como los nuestros, de fuerte cambio social. Han cambiado viejas estructuras de solidaridad social, se está ofreciendo igualdad formal (legal) a todos, pero esa igualdad carece de contenido, y son muchos los grupos humanos que han venido a quedar al descampado. En esas circunstancias, algunos sistemas sociales (y políticos) acuden a la represión, aumentando de esa forma los círculos o espirales de violencia.
2.– Presencia. Es una continuación de lo anterior, tanto en el plano social como en el cristiano: antes de actuar en forma represiva, con el juicio y cárcel, la sociedad ha de actuar en forma de presencia creadora, humanizante, ofreciendo a los ciudadanos una confianza básica, medios económicos, posibilidades culturales etc.  Sólo allí donde la sociedad posee unos tejidos sanos, de comunicación humana, sólo donde ella ofrece a sus ciudadanos un medio de realización básicamente positivo puede superarse en principio el tema de la cárcel. De lo contrario, irán creciendo las contradicciones, crecerá el sistema represivo. Pues bien, en este campo resulta especialmente la presencia eclesial, que evocamos en dos momentos fundamentales:
-         Presencia básica. La cárcel es ante todo un estado de aislamiento: la justicia  humana separa a unos individuos "peligrosos", para que no hagan daño al resto de los ciudadanos. Pues bien,  como pide Mt 25, 31-46  (estuve en la cárcel y me visitasteis) en el mismo momento en que la sociedad los retira de la presencia pública, los cristianos deben comprometerse a ofrecerles un tipo más alto de presencia no antilegal pero sí supralegal: muestran al preso que no se encuentra sólo, que el conjunto de los hombres no le han rechazado, que puede contar con la solidaridad de otros hombres. El preso ha de sentir que se encuentra acompañado, que algunos le siguen respetando y queriendo y que lo hacen de forma más intensa, porque está en mayor necesidad.
-         Presencia humana. En esta perspectiva se puede y debe elaborar un gesto de presencia, que tiene sus raíces en la mejor teología del Antiguo Testamento:  Dios es el que dice: ¡Aquí estoy!, ¡No te encuentras sólo! Frente a la soledad que desemboca en el miedo (el preso es un humano al que aislado, alguien que normalmente responde con violencia a la amenaza del miedo), la iglesia ha de ofrecer el signo de una presencia humana: ¡Simplemente estar!  Antes que decir, antes que ayudar es necesario estar delante o al lado (prae-esse).  No desvincular nuestro ser del ser de los encarcelados, no expulsarlos a la soledad de  un infierno donde tengan su sufrir en aislamiento eterno: este es el signo primero del compromiso cristiano en el mundo de los encarcelados: la presencia implica hacerse cercano, un ser o estar  delante, sin imposiciones, sin legalismo.
3.– Encarnación. Seguimos en un plano social y eclesial. Ciertamente, una sociedad que esté dirigida por ideales humanistas puede y debe encarnarse, introduciendo sus ideales y medio de comunicación y concordia en el contexto de la vida del conjunto de los ciudadanos, ofreciéndolos medios e ideales de existencia. Pero ello ha de hacerlo de un modo especial la iglesia, que ha nacido de la encarnación del Cristo. Estos pueden ser sus dos momentos principales.
-         Estar con, estar entre. La encarnación es un tipo de presencia comprometida, conforme al misterio de la Palabra de Dios que  se ha hecho carne: ha habitado entre nosotros, poniendo su tienda entre los humanos (Jn 1). Quien pretenda ayudar a los encarcelados debe adentrarse en su mundo, asumiéndolo por dentro: quiere ver lo que sucede en la cárcel, quiere convivir con los que se encuentran privados de libertad. En este sentido debemos recordar las palabras del Benedictus done se dice que Dios ha visitado a su pueblo para redimirlo (Lc 1, 68).
-         Vivir por dentro, encarnarse. Este gesto se sitúa en la línea de la presencia, pero da un paso más. No se limita a estar allí,  a ponerse al lado, sino que se introduce en el mundo del otro, asumiendo su propia debilidad, su angustia, su miedo, su pecado. Pasamos así del prae-esse (estar delante) al in-esse, estar dentro, no para imponer u obligar, no para enseñar o hacer que el otro cambie, sino simplemente para vivir desde su vida. Nada de lo que viva o sienta el otro me puede ser indiferente. Encarnarse es entrar, hacer míos los problemas de los demás. 
4.– Acoger. También en este caso puede hablarse de un plano social y uno eclesial, aunque destacamos el segundo elemento. Mt 25, 31-46 habla de un modo general de la acogida  de los exilados y/o extranjeros. Es evidente que nuestra sociedad  (y en especial nuestra iglesia) debe ofrecer un lugar en la mesa y familia, en la cultura y sociedad, a los que viven marginados. Pues bien,  importa que acojamos también a los presos dentro del campo de nuestro cariño y preocupación, dentro de los planes y tareas de la iglesia. Se trata de abrir las puertas de nuestra propia vida (y de nuestro corazón).
            Acoger implica hacer un espacio para el otro en nuestra propia vida. No podemos pedirle al encarcelado que cambie si es que nosotros no le ofrecemos un espacio de humanidad, de humanización y crecimiento compartido. Estamos en un mundo donde cada grupo se cierra, donde las casas se convierten en cárceles (blindadas con cerrojos y barrotes...) y donde parece que todo  nos invita a la violencia. Pues bien, frente a esa tendencia al cerrar y excluir es necesario un movimiento inverso de acogida: abrir nuestra morada para aquellos que no tienen morada, ofreciéndoles un espacio de confianza.
-         Acoger es ver, dejar que la vida del otro me llegue, me impresione, me diga su más honda palabra. Corremos el riesgo de pasar al lado de los encarcelados sin saber siquiera que existen; sin mirarles de verdad, sin el conocimiento directo de los problemas que ellos tienen (sin el ver directo) no existe posible ayuda redentora (como sabe Ex  3, 7: ¡He visto la opresión de mi pueblo!).
-         Acoger es escuchar, como sigue  el texto anterior: ¡He escuchado el grito que brota de sus opresiones! (cf Ex 3, 7; cf. 2, 24). No son ellos los que tienen que aprender sino nosotros; somos nosotros, los que estando libres y teniendo un tiempo para dedicarles,  debemos empezar escuchando y aprendiendo lo que sufren y nos dicen. Los cristianos no queremos ir a la cárcel o al lugar de cautiverio para imponer nuestra palabra sino para escuchar la palabra que nos digan. Para eso debemos abrir nuestros oídos, de manera que podamos acoger la voz de los demás y conocerles por dentro. Sólo así nos encarnamos, aprendiendo a pensar desde ellos[1][1].
5.– Alimentar. Sabe el cristiano  que los hombres no viven solo de pan (Mt 4,4), aunque también necesitan panes y peces para vivir, como lo muestra el evangelio en la escena de las multiplicaciones (Mc 6,30-44; 8,1-10 par). Este deber de alimentar empieza siendo propio de la sociedad civil, que ha de ofrecer condiciones económicas y laborales igualitarias al conjunto de los ciudadanos. Con el hambre de algunos grupos se vincula pronto la opresión y falta de cultura. Para reprimir los desórdenes que ocasiona el hambre se crean luego cárceles, al servicio del sistema. Pues bien, el proceso ha de invertirse; la sociedad ha de empezar ofreciendo pan (condiciones económicas) a todos. Sólo después, en caso extremo, puede acudir a los medios coactivos. Dando un paso más, los cristianos que quieren hacerse presentes en el mundo de las cárceles deben descubrir los diferentes tipos de hambre de los presos; eso significa que deben escucharles, conforme a lo indicado en el número anterior.
-         Todas las hambres del mundo. Mt 5, 6 llama bienaventurados a los que tienen hambre y sed de justicia. Es evidente que entre ellos se encuentran los encarcelados. También me parece claro que el primer tipo de hambre que ellos tienen es el hambre de ser escuchados, ofreciéndoles el pan de la palabra. Es muy posible que eso sea lo más importante. Pero es también normal que tengan otro tipo de necesidades, de hambres.
-         Diversos panes. Por eso, el camino cristiano no empieza dando cosas sino descubriendo las necesidades de los encarcelados. Sólo después, en un  segundo momento, les pueden ayudar  ofreciéndoles  alimento material (si hace falta), pero sobre todo los diversos  panes de la dignidad, la convivencia  (o lo que ellos necesitan). Por otra parte, esta actitud humana que se expresa en el pan compartido queda incluida en el gesto eucarístico más fuerte de la participación sacramental[2][2].  
6.–Derechos humanos. Venimos distinguiendo, de manera consecuente, el plano legal (que culmina en el reconocimiento y defensa de los derechos humanos) y el plano de la gracia cristiana (que se expresa en forma de entrega de la vida). Manteniendo lo dicho, añadimos que la iglesia asume los derechos humanos y se funda en ellos, para realizar su tarea. Los actuales países de Occidente aprueban y defienden, al menos formalmente, los derechos humanos y quieren aplicarlos a los encarcelados (derecho a la integridad física, a la intimidad, al desarrollo de su propia opción religiosa...).
-         Sobre esa base legal, asumiéndola de forma apasionada para desbordarla, quiere realizar la iglesia su programa de presencia en el entorno de la cárcel. Al asumir ese principio, la iglesia se encuentra vinculada a otra organizaciones no estatales o no gubernamentales (ONG) que defienden también los derechos humanos. Ella no quiere privilegios especiales en virtud de algún tipo de autoridad sacral que deben reconocer los estados, sino que se sitúa humilde y gozosamente  dentro de los grupos y organizaciones que quieren ayudar a los encarcelados en cuanto seres humanos.    
-         Denuncia. Desde este fondo reciben su sentido los diversos momentos de la acción eclesial Los cristianos tendrán que denunciar con inteligencia y fuerza las violaciones de los derechos humanos que, de un modo u otro, se realicen en las cárceles, apoyándose en los mismos principios de la ley civil y exigiendo que se cumplan. Los cristianos actuarán como ciudadanos de un  estado de derecho, vinculándose a los otros ciudadanos que tengan ideales semejantes. Sólo si este plano queda claro se puede continuar, pasando a los siguientes elementos[3][3].
            Dentro de una sociedad no confesional, los cristianos no pueden acompañar a los encarcelados por un tipo de privilegio sagrado (que la sociedad no reconoce), sino simplemente como humanos, apelando a los derechos sociales y religiosos de todos los ciudadanos.
7.– Justicia, no paternalismo. El principio misericordia. En esta acción culminan todos los elementos anteriores. Los cristianos asumen los elementos básicos del sistema legal del país en que viven. Por eso, en un primer momento, apelan a la justicia social (legal) que  puede promover diversos tipos de asistencia humana a favor de los encarcelados   Pero los cristianos saben que hay una “justicia superior”, en línea de liberación
-         Justicia legal, racional. La mayor parte de las constituciones y códigos legales (penales) de las democracias modernas afirman que la cárcel no tiene un fin puramente penal (castigar al culpable), sino que debe convertirse en tiempo de regeneración y transformación humana. Sobre esa base debe expandirse el apostolado cristiano, como un momento del camino de la justicia.  No se trata, pues, de ayudar de un modo paternalista a los encarcelados sino de ofrecerles aquello que propone la justicia.
-         La justicia bíblica o tsedaka, avanza en esa línea definiéndose como ayuda al necesitado. Por justicia bíblica y no por pura bondad intimista  estamos llamados a ofrecer asistencia humana  a los encarcelados. No somos padrecitos de los presos sino amigos y compañeros, hermanos y hermanas, en la línea de Mc 3, 31-35 o 10, 28-30. Entendida de esta forma, la justicia se convierte en gesto de diálogo maduro entre personas que dialogan y se ofrecen lo que tienen[4][4].
            En el paso de una justicia a la otra se sitúa la acción específica de los cristianos. Ellos no quieren actuar de una manera paternalista, sino integrándose en la fuerte exigencia social de la racionalidad humana. Pero, por encima de esa racionalidad, que puede terminar poniéndose al servicio del sistema, ellos promueven eso que podemos llamar el  principio misericordia. En esta perspectiva debemos recuperar la figura de Jesús Juez, tal como ha sido elaborada por la mejor teología de la iglesia: No es juez para condenar, sino para salvar a los indefensos y oprimidos. Sólo así, como institución salvadora puede recibir la cárcel un sentido cristiano.
2. Elementos centrales: la identidad cristiana
            Del plano general, humano, donde era más posible el diálogo con los diversos grupos de personas que quieren ayudar a los encarcelados, pasamos al nivel más confesional, donde se ponen de relieve algunos aspectos específicamente cristianos de la acción liberadora. Es evidente que en un nivel externo los cristianos pueden seguir colaborando con los no cristianos, pero ellos poner (o pueden poner ya de relieve) un conjunto de motivos y elementos que provienen de la fe Cristo.
            Desde este fondo empezamos destacando los rasgos estrictamente cristológicos, ya evocados al hablar de Jesús: redención, liberación... Hemos querido que ellos culminen en la sanación cristiana, que no debe entenderse en plano medicinal (a través de un castigo), sino en gesto de confianza o fe expansiva que cura y anima a los que parecen derrotados por la vida. Estos elementos pertenecen, como digo, a la gratuidad evangélica, pero ellos pueden influir e influyen en la misma  racionalidad social, ampliada en términos creyentes.
8.- Redención. Sólo  puede redimir a los demás quien  está dispuesto a  dar por ellos lo que tiene, en gesto de solidaridad  creadora.  Redimir significa  pagar para así recuperar y conseguir de nuevo lo que estaba perdido, ofreciendo la propia vida por la libertad y plenitud de los demás. Este es el primer momento propiamente activo de la presencia del discípulo de Cristo en el mundo de la cárcel. En los momentos anteriores, los "portadores de evangelio" se fijaban en la necesidad (hambre) de los encarcelados. Ahora tienen mirar hacia ellos mismos, para ver lo que son capaces de ofrecer,  sea en plano externo (dinero, medios culturales o sociales), sea en plano personal: algo que forme parte de su propia vida. Únicamente en ese contexto se puede utilizar la palabra redención: sólo es redentor de verdad aquel que está dispuesto a ofrecer y ofrece de verdad lo más propio en favor de los demás, llegando a "morir" en un sentido muy profundo por ellos.
-         Expiación. Teniendo esto en cuenta, puede utilizarse (aunque con mucho cuidado)  la palabra expiación, que ya hemos encontrado en las reflexiones anteriores. Volvemos a decir así que quien debe expiar no es el cautivo o encarcelado para pagar su deuda social, sino aquel que quiere liberarle.
-         Sacrificio. También recibe su  sentido y muestra su exigencia el sacrificio cristiano, como inversión de todos los sistemas sacrificiales anteriores: no son los otros los que tienen que sacrificarse por nosotros sino que somos nosotros, los que tenemos más posibilidades y medios (los que vivimos en libertad), los que debemos  sacrificarnos por los encarcelados, ofreciéndoles el gesto generoso de nuestra asistencia y ayuda humana.
            La palabra redención se ha empleado en el contexto carcelario (redención de la pena...), pero casi siempre en sentido victimista, como si “culpable” tuviera que redimirse a sí mismo, a través de su dolor y sacrificio. Pues bien, a partir del evangelio, tenemos que invertir esta tendencia normal de la sociedad en la que expían y se sacrifican los encarcelados.
9.– Liberación. Este es el gesto central de cristiano en el entorno carcelario: los cristianos quieren ofrecer libertad de cada uno de los encarcelados.  La sociedad civil, que debía ofrecerles un lugar de existencia pacífica, termina quitándoles la libertad, para así tenerlos encerrados, vigilados, por un tiempo. Pues bien, la iglesia de Jesús ha de seguir una terapia diferente, ofreciendo precisamente libertad (en experiencia interior, en esperanza...) a quienes carecen de ellas. Nos fundamos de esta forma en lo que ya hemos dicho hablando de Jesús, a quien hemos presentado como redentor-liberador, asumiendo y concretando lo ya dicho: redimir significaba dar algo propio para ayudar a los demás;  liberarles supone hacerles capaces de asumir su propia libertad.
-         La sociedad civil  destaca más la “libertad”, entendida en sentido formal: ella quiere ofrecer a cada ciudadano un especio de realización, sin que los otros se lo impidan. Entendida así, la libertad puede acabar siendo “liberalismo”, casi indiferencia, de manera que triunfan y se imponen los más hábiles y/o afortunados y astutos. De esa forma, la libertad puede convertirse en medio al servicio de los más fuertes.
-         La iglesia ha de tener un interés especial por la “liberación”. Ciertamente, ella admite la libertad,  pero no al servicio del triunfo del sistema o de los más fuertes, sino de la comunión de todos los humanos. Por eso, ella quiere ofrecer espacios de realización concreta a los miembros más desfavorecidos de la sociedad. No somos nosotros, cristianos,  los que les liberamos a los más pobre, sino que son ellos los que deben liberarse, descubriendo y realizando de manera autónoma el sentido de su vida. Pero debemos ofrecerles un contexto humano y unas condiciones sociales que resulten apropiadas para ello.
            Muchos de  los presos no han sido  condenados todavía; casi todos son personas de poca cultura, se sienten manejados,  como puros  objetos  sin dignidad. Pierden fácilmente la esperanza. Es normal que el agente de la liberación cristiana  suscite y alimente en ellos  la esperanza fuerte de la liberación cercana, ayudándoles en los mil trámites personales y sociales que de alguna forma les ayuden a conseguirla. Otros  ya han sido condenados. El juez les ha privado de la libertad. Pero no por ello pueden perder la esperanza. El cristiano  les ayuda a mantenerse firmes en la búsqueda de una libertad  que les llegará un día, preparándoles para ella. 
10. – Diálogo. Al hablar de Jesús, hemos pasado de redención y liberación a reconciliación.  De esto se trata aquí también. Es importante que los presos puedan reconciliarse consigo mismo y con la sociedad. Para ello es fundamental el diálogo, es decir, la palabra escuchada y compartida, en los diversos sentidos del término (en plano afectivo y social, cultural y religioso).  Mientras llega el día de la libertad,  el encarcelado ha de aprender a vivir en la cárcel  "sin dejarse angustiar",  sin derrumbarse. Gran parte  de  sus problemas nacen de la falta de comunicación personal verdadera.
            La falta de libertad implica para ellos un riesgo de aislamiento fuerte, de encerramiento doloroso. Es claro que ese aislamiento no les  puede curar (hacer que superar su posible crimen) sino  al  contrario. Por eso, el apostolado liberador  durante el tiempo de la cárcel  consistirá básicamente en el cultivo de una larga, continua, esperanzada liturgia de la palabra. Jesús, Hijo de Dios, se ha hecho palabra: así dialoga con cada uno de los hombres y mujeres que le acogen. El cristiano que quiere ofrecer y compartir su evangelio en el mundo de la cárcel ha de ser un hombre o mujer que escucha y responde, alguien que dialoga, ofreciendo a los encarcelados (y a aquellos que están en el entorno de la cárcel)  un espacio de comunicación humana creadora.
-         Hay un diálogo racional,  abierto a todos los humanos, en claves de palabra compartida, como han puesto de relieve los filósofos de la razón comunicativa (Apel, Habermas), partiendo de los grandes principio de Kant, para quien sólo es moralmente buena una acción cuando  ella puede servir para el bien de toda la humanidad. Sobre este diálogo racional, en el que deben entrar todos los humanos queremos fundar y fundamos nuestro argumento.
-         Diálogo cristiano. El diálogo puramente racional es difícil, o puede quedar reducido al plano formal, sino lo introducimos en el campo de la vida, es decir, si no vamos creando condiciones concretas de comunicación, afectiva, familiar, social... Esto es lo que quiere hacer la Iglesia, esto es lo que han de hacer los cristianos en el entorno de la cárcel, ofreciendo espacios de diálogo humanizador, como el de Cristo.
11.– Ternura creadora, superación del juicio. Entiendo por ternura la capacidad de asumir la debilidad  y tragedia de lo humano.  Ella nos conduce del principio racional (donde todos los problemas se resolverían en un diálogo argumentativo) al  principio emocional,  vinculado al cambio de corazón. En la base y fuente del apostolado carcelario se encuentra la palabra solemne y creadora de Jesús que nos dice ¡No juzguéis! (Mt 7, 1), suponiendo que en el lugar del juicio antiguo introducimos la ternura creadora de la gracia.
  • No juzgar, superación del juicio. Asumiendo la palabra y tarea de Jesús (que no ha venido a juzgar sino a salvar) , el cristiano ha de aprender a  superar el nivel del juicio.  Ciertamente, en un nivel acepta el orden, como venimos indicando en todo lo anterior. Pero, en otro plano, apoyándose en la fuente de gracia de Jesús,  el cristiano tampoco viene a juzgar sino a decir y hacer algo mucho más importante; viene a  acompañar, escuchar, animar... a los que de un modo o de otro sufren en el entorno de la cárcel.
  • Este ha de ser un gesto de ternura, que nos lleva cerca  del lugar donde crece la injusticia, reino de la enfermedad,  a las fronteras donde parece imponerse por siempre  la muerte sobre el mundo. Muchos encarcelados se encuentran casi derrotados por a vida, enfermos en la mente, débiles en el corazón,  posiblemente condenados a morir muy pronto (no por condena judicial sino por enfermedad). Presentar en este campo un signo de esperanza de Jesús: ese es el sentido y la finalidad más bella de la presencia cristiana entre los encarcelados. Escuchar a los dicen sus tristezas, respetarles  siempre, descubriendo en ellos (y con ellos) el misterio de la fragilidad humana y de la muerte. Eso forma parte de lo que podríamos llamar el "apostolado de la esperanza" (o, mejor dicho, el ejercicio de la esperanza compartida) en el entorno de la cárcel[5][5].
            No se trata de una ternura impotente, enfermiza, sino todo lo contrario: de una ternura de amor que sabe introducirse en la miseria del mundo para acompañar a los que parecen derrotados, enfrentándose si hace falta (como el Cristo) con los poderosos de este mundo. La misma ternura y no juicio de Jesús le llevó a la muerte, haciéndole superar por amor la ley social y sagrada de su tiempo, que acababa condenando a gran parte de los pobres de su entorno. Desde ese principio ternura, que puede interpretarse como experiencia de solidaridad con todos los pobres del mundo, quieren actuar los enviados del evangelio en el entorno de la cárcel
12.– Educación. La ternura anterior no significa pasividad o puro “victimismo” (dejar que nos maten), sino todo lo contrario. Ella implica un tipo nuevo y más alto de educación liberadora. Ciertamente, la racionalidad social del occidente moderno ha puesto en marcha un amplio programa de educación, que es positiva y necesaria (plano legal). Pero ella corre el riesgo de ser educación para los triunfadores del sistema, al servicio de los privilegiados. Pues bien, en contra de eso, Jesús ha querido promover y ha promovido un tipo de educación liberadora, abierta de un modo especial a los más débiles y pobres del sistema.
            Pues bien, siguiendo a Jesús, los cristianos que trabajan en el entorno de la cárcel quieren poner en marcha un camino de educación abierto de forma liberadora a todos y en especial a los menos favorecidos. Educar significa ayudar a los demás para que expresen su palabra y digan su verdad, ofrecer a los humanos la posibilidad de una realización autónoma, digna. La cárcel ha sido pensada de manera constante como escuela de humanización, pero muchas veces, en general, no cumple este objetivo.
-         Según ley, la cárcel es lugar y tiempo de reeducación y re-socialización. El sistema judicial piensa que, durante el tiempo de su prisión, los encarcelados tendrán ocasión de arrepentirse y cambiar. Normalmente sucede lo contrario: o la cárcel se convierte en tiempo de reeducación impositiva (como lo han hecho los sistemas totalitarios, queriendo imponer en la cárcel un tipo de política o visión del mundo) o ella se vuelve escuela de todos los vicios, donde los que han entrado todavía poco expertos en el arte de la delincuencia tienen ocasión de aprender todos los vicios.
-         Educación humanizadora, educación gratuita... Los portadores del evangelio en la cárcel tienen que insistir en este aspecto social, denunciando la ineficacia del actual sistema carcelario, ofreciendo formas alternativas de presencia educadora. No se trata de sentirse superiores y enseñar desde la propia seguridad a los ignorantes o malos, sino de compartir un tiempo de humanización, de esperanza de futuro.
            En nuestro caso, educar significa ofrecer posibilidades de autonomía, de  realización personal, en clave de libertad, de confianza, de madurez humana. No se trata, pues, de educar para el sistema (para que siga triunfando lo que existe), sino de educar para la humanización, para la justicia liberadora, a favor de los más pobres. Que el encarcelado pueda  descubrirse valorado y desplegar su vida con autonomía creadora, que pueda trabajar y  ganar su vida, que se sienta abierto al diálogo con los demás y al amor personal: ese es el fin de la educación en el contexto de la cárcel.
13.– Sanación.  Hemos hablado de ella al ocuparnos del mensaje de Jesús y del Catecismo de la Iglesia. Jesús ha sido un sanador: alguien que ha querido curar a los enfermos, rechazados de la sociedad, impuros, leprosos... Su proyecto “sanitario” ha sido proyecto de humanización liberadora, al servicio de los últimos del mundo, pero no un plano paternalista sino de justa ternura. Desde una perspectiva distinta, el Catecismos suponía que la misma cárcel puede ser “lugar de sanación” para los culpables. Como he dicho en su lugar, pienso que la cárcel no es la mejor forma de curación de los reclusos, pero de hecho, una vez que existe y que son muchos los encarcelados, debemos procurar que ellos maduren y se curen humanamente en ella. Es aquí donde debe expresarse el poder sanador de la fe de Jesús, que abre un signo de esperanza sobre el mundo de los encarceladores y de los encarcelados.
-         Jesús ha curado a los enfermos abriendo en ellos un camino de fe, haciéndoles capaces de confiar en la fuerza de Dios desde el fondo de su vida. No les obliga a creer en posibles dogmas separados de la dura y fuerte experiencia de la vida, sino en el Dios que puede ser (empieza a ser) para ellos  fuerza de vida, capacitándoles para superar la actual situación de desamparo. El encarcelado tiende por un lado a desconfiar de todos; por otro lado necesita creer en los demás, en sí mismo, en Dios para mantenerse.
-        El cristiano que quiere ofrece su palabra y su gesto en el contexto de la cárcel ha de actuar como un mediador de fe, como alguien en quien se puede confiar, como un rostro concreto y humano del poder misterioso de Dios sobre la tierra.  En sí misma, en contra de lo que quiere la ley, la cárcel actual parece más un lugar para enfermar que para sanar, pero el verdadero cristiano buscará la salud total (la suya, la de los encarcelados) que sólo se da en el amor. Allí donde los hombres se aman, pero en gesto de misericordia creadora y liberadora, contribuyendo a superar este mundo que esclaviza y encarcela, ellos se vuelven principio de esperanza.  
            Esta es una de las contradicciones del sistema judicial con relación a las cárceles. El sistema, en su forma actual, afirma que ellas son para sanar, rehabilitar, reformar..., pero las convierte en lugares donde se ata y oprime a los pretendidos delincuentes. Por eso, el portador del evangelio cristiano deberá ser un hombre o mujer de gran libertad cristiana, de creatividad humana, capaz de animar en la fe a los demás, para ayudarles a creer en el poder de Dios que está dentro de sí mismo (del mismo encarcelado) de manera que él puede asumir y recorrer un camino de liberación personal (superando posibles rupturas y problemas/enfermedades interiores y exteriores)[6][6]. 
 
3. La utopía mesiánica.
            El mesianismo es búsqueda de aquello que nos desborda. Los elementos anteriores (humano y cristiano) desembocan en esta utopía mesiánica, en el descubrimiento fuerte del poder transformador del evangelio. Este elemento forma parte de la paradoja cristiana o, mejor dicho, del misterio central de la fe. La cruz de Jesús se ha convertido en signo y principio de redención. Pues bien, de un modo convergente, podemos afirmar que la presencia de la iglesia es la cárceles debe presentarse como punto de partida de un compromiso liberador abierto hacia un mundo nuevo de  fraternidad, empezando por los últimos del mundo. Como verá el lector, nos situamos básicamente en un plano de gratuidad y esperanza cristiana, pero seguimos dialogando con la racionalidad social de nuestro tiempo y entorno.
14.– Celebración. Como venimos diciendo, el gesto de la iglesia en el mundo de la cárcel no puede ser de tipo penitencial,  ni expresarse a modo de castigo. En un sentido, esto lo admite  la misma ley social: ella no quiere castigar a los culpables, sino simplemente privarles de libertad. De todas formas, el tiempo de la cárcel parece y es tiempo de tristeza: años robados a la vida de una persona. Pues bien, en contra de eso, el agente de pastoral cristiana quiere acortar todo lo posible ese tiempo, convirtiéndolo, al mismo tiempo en posibilidad de celebración  y alegría, en el sentido profundo de ese término.
-         La presencia del cristiano en el mundo de los encarcelados debe ser celebrativa en el sentido fuerte de la palabra: tanto en plano humano (recordemos la fiesta que el padre de Lc 15, 11-32 ofrece al "pródigo"), como en  plano  litúrgico más amplio: la iglesia invita a los encarcelados pudieran a su fiesta, con el resto de la comunidad, en la liturgia del amor fraterno de la eucaristía.
-        Sólo la fiesta es terapia. El gozo compartido es liberador. Sin  fiesta humana y cristiana no puede haber presencia cristiana entre los encarcelados. Evidentemente, la cárcel no es una feria donde se baila y celebra, se canta y se goza de manera expresa la existencia. Pero sin un rasgo de fiesta no puede haber presencia humana y cristiana en la cárcel. Sólo la alegría  puede curar a los enfermos y encarcelados pues  sólo ella es portadora de experiencia de libertad y encuentro gozoso con los otros.
            Esta terapia de la fiesta implicaría una inversión total del sistema carcelario, que sigue tomándose como expresión de castigo y tristeza, tiempo en que se rumia la venganza. Sólo amando se enseña y aprende a amar. Sólo celebrando se aprende a celebrar y a gozar sobre el mundo. La mayor parte de los encarcelados son hombres y mujeres cautivados y oprimidos por la tristeza de la vida; muchos de ellos se encuentran aplastados por el odio y la desesperación, condenados a la evasión de las drogas. Sólo el gozo de la vida les puede curar, con la esperanza de una redención y un amor que  podrán cultivar en el futuro. Sólo la esperanza de una vida y sociedad más justa y gozosa puede transformar a los encarcelados. Si hubiera fiesta  cristiana en la cárcel cambiarían de verdad todas las cosas.
15. Oración. Ella pertenece, en algún sentido, a la racionalidad social y personal: es la capacidad de diálogo consigo mismo, de autonomía interior, de discernimiento y autonomía, en plano de trascendimiento. Pero en sentido estricto  ella pertenece al plano religioso, al nivel de la gratuidad y del encuentro  personal con el misterio de Dios, que es principio de libertad para los creyentes. El que ora sabe por sí mismo, se sabe, viniendo a convertirse en responsable de su propia vida. Por eso es importante ofrecer a los marginados y encarcelados el testimonio de la oración:
-         Orar por. Se ha dicho que el "apostolado de la oración" y es evidente que sigue siendo necesario: la iglesia ha orado siempre por los encarcelados y cautivos, como siguen haciendo de un modo especial  los contemplativos que cumplen en este campo una tarea fundamental. Si en un momento determinado, la iglesia dejara de orar por sus (y por todos los) encarcelados ella dejaría de ser cristiana. Pero no basta sólo la oración hecha en favor de ellos.
-         Orar con.  Llega un momento en que es preciso (al menos en ciertos casos) orar con los encarcelados. La cárcel se ha mostrado muchas veces como lugar de angustia, desesperación, suicidio. Pues bien, en algunos casos, ella puede convertirse en  lugar de oración, momento donde el preso encuentra la más honda verdad de sí mismo, encontrándose con Dios.
            Desde este fondo podemos afirmar que todo el misterio cristiano es oración: superar el nivel de la razón argumentativa, del enfrentamiento mutuo y del talión, para  descubrir y cultivar la gratuidad, en diálogo con Dios y con los otros. Allí donde la oración se hace posible emerge un nuevo tipo de existencia liberada, creadora, amistosa. Allí donde hay oración la cárcel deja de ser cárcel y se convierte en principio de esperanza mesiánica. Así evocaba Dostoievsky en su famoso pasaje de Los Hermanos Karamazov: “Un presidiario sin Dios es imposible, más imposible todavía que un hombre en libertad (sin Dios) Y entonces nosotros, hombres subterráneos, entonaremos en el fondo de la tierra un himno trágico a Dios en quien reside la alegría. ¡Viva Dios y viva su alegría! ¡Amo a Dios!”.
-         ¿Oración desde la necesidad?  Desde la fuerte carencia (no tienen casi nada), los presos pueden  descubrir la absoluta riqueza de saberse en manos del Dios de la gracia. De todas formas, esta oración de la carencia no se puede manipular, aprovechándose de la situación del preso.
-        Oración del gozo. Sería importante que los presos pudieran realizar una oración de gozo, de manera que  pudiera descubrir y explorar más altos continentes de vida y plenitud, en el interior de su propia vida, en el encuentro con Cristo.
16.Amistad. Como venimos indicando, la cárcel pertenece al plano de la razón argumentativa, que actúa discursos y demostraciones. Según ella, la ley debe imponerse sobre todos, sancionando a los pretendidos culpables. En ese nivel de racionalidad hemos querido fundar también este trabajo; por eso, en este plano, lo primero que el encarcelado necesita es el apoyo de la misma ley, que le ofrece abogados y educadores sociales. Pero, en otro plano, resulta necesaria la amistad, es decir, la presencia gratuita de las personas que nos acompañan y animan, más allá de toda ley norma
            Esta amista es gracia, lo mismo que la oración. Ella pertenece al plano del despliegue emocionado y gozoso de la vida. Ella y sólo ella (con el amor enamorado) ofrece sentido a la existencia.  Por eso es importante encontrar un amigo. Puede haber encarcelados que nunca lo han tenido. Sería hermoso que allí, en el lugar de la mayor carencia que es la cárcel, surgiera para ellos la amistad. Sólo esa experiencia puede ofrecer esperanza de vida y deseo de futuro a muchos que viven (malviven) solitarios, aislados, en el entorno de la cárcel. Quizá no han encontrado nunca a alguien que les haya querido. Sería deseable que la cárcel fuera un lugar para ello.
            Es evidente que para propiciar esta experiencia de amistad  las cárceles pueden y deben cambiar, tanto en el plano de las relaciones entre los encarcelados  (a ser posible de ambos sexos) como en el campo  de las relaciones con los externos.  La cárcel debería convertirse en el lugar más mimado de la sociedad, lugar donde se invierte más capital de humanidad y ternura, cercanía humana y capacidad de recreación humana. Ella tendría que ser escuela de amistad, lugar propicio para esos que pudiéramos llamar voluntarios del amor.
            No sería malo que los funcionarios de las cárceles fueran capaces de ofrecer un clima de amistad, pero ellos representan más bien la racionalidad del sistema, lo mismo que policías y jueces. Por eso, haría falta que la oferta de amistad viniera de parte del conjunto de la sociedad y, de un modo especial, de los cristianos, que creen en la amistad y la ofrecen como principio y signo de reconciliación a los humanos. Lógicamente, los cristianos que ofrecen su palabra en el mundo de las cárceles  han de ser sin duda hombres  y mujeres de amistad, de cercanía humana, personas capaces de ofrecer una experiencia de  humanidad a los encarcelados[7][7].  
17.– Libertad.  Las y tareas anteriores palabras culminan en esta, que viene a convertirse en centro y meta del camino humano y cristiano en el entorno carcelario. La cárcel era y  sigue privación de libertad, como hemos dicho varias veces a lo largo de este trabajo. Lógicamente, lo que los encarcelados más  necesitan es esto: Libertad. Por eso, desde un punto de vista social pero, sobre todo, cristiano, las cárceles deberían convertirse en escuelas y talleres de libertad, lugares donde ella se aprende y ensaya.          
  • Plano racional. Hemos desarrollado con cierta amplitud el tema, ahora queremos concretarlo.   Dentro del régimen jurídico de los estados de occidente, las cárceles son lugares de rehabilitación, que deben preparar a los presos para la vida en libertad. Por eso, no se puede hablar de una condena perpetua, pues ello iría en contra de la misma esencia de la cárcel. Dando un paso más, desde una perspectiva cristiana, las cárceles han de verse como lugar y signo de apertura hacia la libertad.   
  • Plano cristiano. Toda la acción de los cristianos en el mundo de la cárcel está relacionado con  una ofrenda y esperanza de libertad concreta (poder salir un día de la cárcel). Pues bien, esa  esperanza ha de expandirse, en la línea mesiánica de transformación de la sociedad y de reconciliación de todos los humanos (del reino de Dios). El mensajero del evangelio debe ofrecer a los encarcelados un mensaje y  esperanza  de libertad  escatológica  (o si se prefiere utópica), manteniendo elevada la bandera de la libertad universal como realidad que es posible para todos los humanos. Los cristianos han de ser en ese campo, antes que nada,  los testigos de una libertad posible, deseable, al alcance de todos, como indican los dos textos varias veces ya citados.
            Hay una libertad “civil” (racional) que es buena pero, al final, resulta limitada, porque necesita de ejércitos y cárceles, de policías y estructuras coactivas para mantenerse. Pues bien, sobre ella, sin negarla, viene a situarse la más oferta de libertad cristiana, que se abre de un modo especial a los encarcelados y a los últimos del mundo.
 -         Esta es una libertad humilde, como sabe Mt 25, 31-46,  propone la exigencia de visitar a los encarcelados, dentro de un contexto donde por ahora es imposible suprimir la cárcel. Los cristianos aceptan el sistema, pero lo transforman por dentro. No suprimen la cárcel, pero la llenan de contenido evangélico, convirtiéndola en lugar donde el preso puede hallar compañía humana, sabiéndose acogido, respetado, animado.
-        Esta es una libertad mesiánica, como propone Lc 4, 18-19, cuando anuncia la esperanza de superación de toda cárcel. el mesías de Dios tiene que abrir los barrotes de las cárceles, logrando que los hombres puedan encontrarse en libertad, en amor gratificante, dentro de un contexto personal y social donde la vida esté llena de sentido.  Por eso, la liberación implica un profundo camino de transformación del conjunto de la sociedad. No basta que cambien los presos, sino que tiene que cambiar el conjunto social, ofreciendo par los presos un contexto distinto, donde la vida tenga sentido y pueda realizarse en gratuidad, en gozo[8][8]. 
 18.– Reinserción, cambio social.  No basta con cambiar las cárceles, hay que cambiar la sociedad, de tal forma que ella se comprometa a ofrece hogar (espacio de encuentro humano, familia) y taller (campo de trabajo, medios económicos) a los que salen de la cárcel. El preso no puede (no debe) verse obligado a volver al espacio de lucha y discriminación del que salió para entrar a la cárcel. Encarcelados y libres debemos cambiar, en proceso donde estamos implicados todos los humanos (y de un modo especial los cristianos).
  • La reinserción es exigencia social y en plano de racionalidad universal ha de plantearse: la cárcel sólo tiene sentido y puede cumplir una tarea de rehabilitación y reeducación en la medida en que vaya ofreciendo a los presos un camino de liberación progresiva, que les permita vivir en sociedad.
  • La reinserción es exigencia eclesial. Por eso es importante que el preso salga de la cárcel con la esperanza de encontrar un hogar pequeño donde asumir la vida y realizarla en gozosa compañía y un hogar social más grande,  donde integrarse en plano de libertad y concordia. La iglesia sólo cumple su tarea en este campo si es capaz de ir formando hogar de acogida para aquellos ex-encarcelados que quieran asumir la experiencia de la libertad en compañía. Según eso, tendrá que haber familias, grupos parroquiales o comunidades cristianas (religiosas) que se sientan capaces de ofrecer un espacio de humanidad a los que buscan una casa humana tras la cárcel. Es evidente que pueden y deben colaborar en esta gran tarea los propios familiares del antiguo recluso. Pero es claro que ellos solos no bastan muchas veces. Aquí hay una tarea esencial para la iglesia.
19. – Abolición. También ella puede aplicarse en plano de racionalidad social y de experiencia de gratuidad cristiana. Las perspectivas son ciertamente distintas, pero no pueden oponerse. Por eso, la abolición no puede ser sólo un ideal cristiano, ha de ser también un deseo tarea social:
-         Abolición ¿tarea social? Ciertamente, la sociedad tendrá que buscar formas nuevas de control y de transformación, para impedir que la violencia se expanda, ofreciendo al conjunto de la sociedad una forma de vida pacificada, sin necesidad de cárceles. Este es un intento difícil, porque la violencia se encuentra muy arraigada en nuestra vida individual y social, pero el camino de la no-violencia activa  puede y debe  recorrerse de un modo especial en el entorno de la cárcel, llevándonos a un tipo de sociedad distinta, que no sea represiva. 
-         Abolición, tarea cristiana. Los cristianos que ofrecen su solidaridad humana y/o evangélica en el mundo de las cárceles empiezan aceptándolas,  tal como ahora existen, pero desean que cambie (y se suprima) el mismo sistema carcelario que hoy existe. Conforme a todo lo anterior, el sistema carcelario ha podido cumplir en otro tiempo una función, pero actualmente parece ineficaz (no logra cumplir sus fines) y contraproducente.  
            En esa línea,  resulta fundamental la aportación no sólo del cristianismo, sino también de otras tradiciones religiosas que pueden ofrecer a los humanos motivos para el gozo y concordia, la solidaridad y la justicia, sin necesidad de un sistema opresor como el de las cárceles actuales. En otras palabras, “la abolición” del sistema carcelario constituye un objeto y meta del conjunto de la "pastoral" cristiana, pero debe ser, al mismo tiempo, un campo de respeto y diálogo entre los hombres, más allá de sus credos o religiones concretas. No es una pastoral para convertir a los encarcelados al cristianismo, sino una acción de solidaridad humana en el sentido más hondo del término. El Dios del evangelio no quiere que los hombres se hagan cristianos "confesionales", sino que vivan en humanidad, en salud, en esperanza.
20.– Salvación. Esta es la última palabra y deriva del lenguaje sanitario: salvación es ante todo salud, vivir en plenitud, desarrollar con gozo la existencia, desde el don de Dios, en actitud de encuentro gozoso con los demás. Al hablar de la acción de Jesús, hemos terminado presentándole como Salvador; lógicamente, el final del camino del apostolado carcelario será la esperanza y experiencia de salvación  La salvación está tejida de pequeños cambios que pueden realizarse día a día, dentro y fuera de la cárcel. Pero ella aparece, al fin, como el cambio completo de la vida.
 -         Prevenir. Por una parte, hay que buscar una forma de vida social que cree en menor número posible de candidatos a la cárcel. Esto es lo que al principio de este despliegue de notas llamábamos pastoral de prevención, desde una perspectiva económica, social y eclesial.
-         Acoger. Por otra parte, la sociedad ha de ser capaz de acoger de una forma humana a los que actualmente están condenados a la cárcel; no apartarlos sino integrarlos, no separarlos sino recibirlos de una manera distinta, en gesto de humanidad. 
-         Caminar. Unos y otros, hermanados en el camino, los que parecían libres y los encarcelados, han de iniciar un camino distinto de vida no impositiva ni clasista, conforme a la utopía de reino de Jesús. Pero con esto superamos el orden de vida de este mundo y planteamos una serie de utopías que nos des
            Lógicamente, para que las cárceles puedan abolirse resulta fundamental el surgimiento de una sociedad más gozosa, donde hombres y mujeres sean más acogedores, recibiendo y desarrollando un tipo de vida gratificante, donde haya espacio para todos. Eso significa que la sociedad debe hacerse menos competitiva en el plano "mimético" y mucho más dialogante y acogedora en plano de relaciones sociales. Parece evidente que habrá ciertos medios de coacción (policía...) y formas de rehabilitación de los violentos o a-sociales, pero tendrás que ser muy distintos de lo que son actualmente nuestras cárceles.
            Los nuevos “lugares de rehabilitación” o humanización deberán estar mucho más integrados en el centro de la vida social, sin crear las rupturas que actualmente suscita la cárcel. Estarán quizá más vinculados a las familiar y grupos humanos, tendrán medios terapéuticos y económicos suficientes; pero, sobre todo, contarán con mucho amor, con un tesoro ternura y fuerza al servicio de la recreación personal de los delincuentes o a-sociales.
            Parece normal, que en ciertos casos extremos, ciertas personas peligrosas estén "acompañadas" (más que vigiladas), de manera que no puedan salir impunemente de un determinado espacio. No harán falta cárceles para ello; la nueva técnica ofrece medios suficientes para ello. Pero la limitación de libertad nunca es un fin, ni es tampoco una terapia, sino una terapia momentánea. El problema de fondo ha de resolverse con una transformación de fondo de la misma sociedad, que debe cambiar y transformarse, en línea de gratuidad, y de encuentro fraterno.
            Precisamente ahí, en las márgenes del mundo, en el lugar de encierro de la cárcel donde desembocan y culminan gran parte de las miserias de este mundo,  el agente de la pastoral liberadora inicia con los encarcelados un camino de utopía creadora, de esperanza evangélica. No se limita a  decir a los encarcelados que caminen sino que camina con ellos, les acompaña en un proceso que es propio de toda la iglesia.  Entendida así, la pastoral liberadora  se introduce en el sistema judicial, pero quiere transcenderlo por dentro, en gesto de gratuidad evangélica y creatividad mesiánica. Y con esto anunciamos  ya unos temas que deben ser tratados más extensamente en lo que sigue, estudiando más en concreto los agentes y los momentos de la pastoral liberadora en contexto carcelario.
 





 [1]He desarrollado el tema del ver, escuchar y conocer, desde la perspectiva de Ex 2-3, como principio clave de la redención bíblica en  Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1996, 55-65.
               [2] He desarrollado el tema en Pan, casa y palabra. La iglesia en Marcos,  Sígueme, Salamanca 1998.
               [3] Habrá situaciones en que no pueden aplicarse estos principios, especialmente en países con escasas garantías legales o con situaciones de violencia generalizada. En esos casos, los cristianos deberán estar dispuestos a un tipo de "martirio" por acompañar a los encarcelados, obrando con inteligencia y entrega, poniendo en marcha los medios internacionales y al mismo tiempo dando testimonio de un amor generoso. Para estos casos serán necesarias directrices concretas especiales, que aquí no podemos desarrollar.
               [4] Sobre la justicia en el Antiguo Testamento dijo hace años lo esencial N. K. Gottwald,  The Tribes of Israel, Orbis B., Maryknoll,  New York 1979. He relacionado misterio de Dios y justicia humana en Trinidad y comunidad cristiana, Sec. Trinitario, Salamanca 1990.
               [5] He desarrollado la exigencia del no-juicio activo en Antropología Bíblica. Del árbol del juicio al sepulcro de Pascua (BEB 80), Sígueme, Salamanca 1993, 255-338
               [6] He desarrollado el tema de la fe sanadora de Jesús en La nueva figura de Jesús,  Verbo Divino, Estella 2003..
               [7] Este es el tema de fondo de mi libro  Amor de Hombre, Dios Enamorado. San Juan de la Cruz, una alternativa,  Desclée de Brouwer, Bilbao 2004.
               [8] He dedicado a ese tema  Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños (Mt 25, 31-46), (BEB 46), Sígueme, Salamanca 1984.


 
 
 
 
 
 

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