viernes, 22 de mayo de 2015

Juan Pablo II a Óscar Romero: No quiero escucharte

 
 
No se puede dudar que Monseñor Romero se convirtió en figura universal. No es él por supuesto, el único cristiano, ni siquiera el único obispo asesinado. Pero por la calidad de su vida y obra, por las circunstancias históricas de su martirio, se convirtió en figura universal.
 
Si él no es un mártir cristiano, ¿quien lo será? Para los pobres no hay duda alguna; para los canonistas puede seguir habiéndola: si murió por defender la fe, si murió pacientemente...Karl Rahner, en un escrito de antes de su propia muerte reflexiono teológicamente sobre la necesidad de ampliar el concepto tradicional de martirio, y escribió: “¿por qué no habría de ser mártir un Monseñor Romero, por ejemplo, caído en la lucha por la justicia en la sociedad, en una lucha que el hizo desde  sus más profundas convicciones cristianas?”” me gustaría interpretar estas palabras de Rahner como el elogio de un gran teólogo a un gran obispo.

Recordar a Monseñor Romero no significa, pues aislarlo de los demás mártires ni exaltarlo de tal modo que los otros queden en la penumbra. Recordar a Monseñor Romero es más bien recordar a muchos otros, mantener vivos a tantos profetas y mártires, campesinos y delegados de la Palabra. Es, sobre todo recordar a miles de mártires inocentes, indefensos y sin nombre; Es recordar a todo un pueblo crucificado; cuyos nombres nunca se conocerán públicamente, pero que están integrados para siempre en Monseñor Romero.
            En vida fue “voz de los sin voz”. En muerte es “nombre de los que quedaron sin nombre”.
Monseñor Romero Había solicitado decenas de entrevistas con el Papa Juan Pablo II. Había rogado por ser atendido y siempre encontraba una respuesta negativa, por varios diferentes motivos. Su Santidad no tenía el tiempo suficiente como para atender en audiencia privada a ese salvadoreño revolucionario y justiciero venido desde los mismísimos confines del mundo.
 
Romero le quitó unos segundos al Papa para pedirle no sólo su bendición sino también para entregarle unos larguísimos informes sobre el accionar de la dictadura salvadoreña y las masacres que se llevaban a cabo diariamente.
 
Durante su fugaz encuentro con el Papa en la Plaza de San Pedro, Romero recibió una santísima bofetada de parte de Juan Pablo II.
-“No me traiga esos larguísimos informes. No tengo tiempo para leer tanta cosa...”- disparó impunemente el Papa.
En los pocos, escasos minutos con los que contaba Romero frente al Papa debió ser muy preciso y concreto...
 
-”Miles de salvadoreños son torturados y asesinados por el poder militar” -le comentó a las apuradas Romero a Juan Pablo II.
Lejos de obtener una respuesta favorable, lejos de sentir el apoyo incondicional de parte de la máxima autoridad de la Iglesia, Romero recibió una puñalada papal (in)“tranquilizadora”.
 
-”No exagere señor Arzobispo. ¡Ustedes deben entenderse con el gobierno! Un buen cristiano no le crea problemas a la autoridad...La Iglesia quiere paz y armonía” -fueron las lapidarias palabras del Papa al tiempo que le estrechaba la mano sin dibujar en su rostro aquella sonrisa tan carismática y paternal habitual en él...
 
El 23 de marzo de 1980, en una de sus memorables homilías solidarias con las víctimas de la represión, lanzaba un contundente mensaje a quien quiera escucharlo. Decía Romero:
 
“ Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”.
 
El Papa fue frío, tomó la documentación y la puso de lado mientras comentaba: He dicho mil veces que no me traigan tantos documentos que no logro leer, y lo exhortó: “Trate de estar de acuerdo con el gobierno”. Eso lo dejó consternado, lo destruyó.
 
Los escuadrones de la muerte no podían matar a un obispo que estaba en el corazón del Papa. Lo podían matar sólo si estaba aislado, abandonado.
 
Al día siguiente, mientras Romero daba misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia en la Colonia Miramonte de San Salvador, un francotirador efectuaba un certero disparo al corazón del religioso, apagando su vida y silenciando las voces de miles y miles de indefensos ciudadanos salvadoreños que veían en Oscar Arnulfo Romero a una verdadera oposición pacífica a la violencia irracional del gobierno militar.

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