domingo, 30 de noviembre de 2014

Carta Apostólica del papa Francisco a todos los consagrados

 




CARTA APOSTÓLICA
DEL SANTO PADRE FRANCISCO

A TODOS LOS CONSAGRADOS
CON OCASIÓN DEL
AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
 

  Queridas consagradas y queridos consagrados

Os escribo como Sucesor de Pedro, a quien el Señor Jesús confió la tarea de confirmar a sus hermanos en la fe (cf. Lc 22,32), y me dirijo a vosotros como hermano vuestro, consagrado a Dios como vosotros.

Demos gracias juntos al Padre, que nos ha llamado a seguir a Jesús en plena adhesión a su Evangelio y en el servicio de la Iglesia, y que ha derramado en nuestros corazones el Espíritu Santo que nos da alegría y nos hace testimoniar al mundo su amor y su misericordia.

He decidido convocar un Año de la Vida Consagrada haciéndome eco del sentir de muchos y de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, con motivo del 50 aniversario de la Constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, que en el capítulo sexto trata de los religiosos, así como del Decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida religiosa. Dicho Año comenzará el próximo 30 de noviembre, primer Domingo de Adviento, y terminará con la fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero de 2016.

Después de escuchar a la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, he indicado como objetivos para este Año los mismos que san Juan Pablo II propuso a la Iglesia a comienzos del tercer milenio, retomando en cierto modo lo que ya había dicho en la Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata: «Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas» (n. 110).
 
I . Objetivos para el Año de la Vida Consagrada.
1. El primer objetivo es mirar al pasado con gratitud. Cada Instituto viene de una rica historia carismática. En sus orígenes se hace presente la acción de Dios que, en su Espíritu, llama a algunas personas a seguir de cerca a Cristo, para traducir el Evangelio en una particular forma de vida, a leer con los ojos de la fe los signos de los tiempos, a responder creativamente a las necesidades de la Iglesia. La experiencia de los comienzos ha ido después creciendo y desarrollándose, incorporando otros miembros en nuevos contextos geográficos y culturales, dando vida a nuevos modos de actuar el carisma, a nuevas iniciativas y formas de caridad apostólica. Es como la semilla que se convierte en un árbol que expande sus ramas.

Es oportuno que cada familia carismática recuerde este Año sus inicios y su desarrollo histórico, para dar gracias a Dios, que ha dado a la Iglesia tantos dones, que la embellecen y la preparan para toda obra buena (cf. Lumen gentium, 12).

Poner atención en la propia historia es indispensable para mantener viva la identidad y fortalecer la unidad de la familia y el sentido de pertenencia de sus miembros. No se trata de hacer arqueología o cultivar inútiles nostalgias, sino de recorrer el camino de las generaciones pasadas para redescubrir en él la chispa inspiradora, los ideales, los proyectos, los valores que las han impulsado, partiendo de los fundadores y fundadoras y de las primeras comunidades.

También es una manera de tomar conciencia de cómo se ha vivido el carisma a través de los tiempos, la creatividad que ha desplegado, las dificultades que ha debido afrontar y cómo fueron superadas. Se podrán descubrir incoherencias, fruto de la debilidad humana, y a veces hasta el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma. Todo es instructivo y se convierte a la vez en una llamada a la conversión. Recorrer la propia historia es alabar a Dios y darle gracias por todos sus dones.

Le damos gracias de manera especial por estos últimos 50 años desde el Concilio Vaticano II, que ha representado un «soplo» del Espíritu Santo para toda la Iglesia. Gracias a él, la vida consagrada ha puesto en marcha un fructífero proceso de renovación, con sus luces y sombras, ha sido un tiempo de gracia, marcado por la presencia del Espíritu.

Que este Año de la Vida Consagrada sea también una ocasión para confesar con humildad, y a la vez con gran confianza en el Dios amor (cf. 1 Jn 4,8), la propia fragilidad, y para vivirlo como una experiencia del amor misericordioso del Señor; una ocasión para proclamar al mundo con entusiasmo y dar testimonio con gozo de la santidad y vitalidad que hay en la mayor parte de los que han sido llamados a seguir a Cristo en la vida consagrada.

2. Este Año nos llama también a vivir el presente con pasión. La memoria agradecida del pasado nos impulsa, escuchando atentamente lo que el Espíritu dice a la Iglesia de hoy, a poner en práctica de manera cada vez más profunda los aspectos constitutivos de nuestra vida consagrada.
Desde los comienzos del primer monacato, hasta las actuales «nuevas comunidades», toda forma de vida consagrada ha nacido de la llamada del Espíritu a seguir a Cristo como se enseña en el Evangelio (cf. Perfectae caritatis,

2). Para los fundadores y fundadoras, la regla en absoluto ha sido el Evangelio, cualquier otra norma quería ser únicamente una expresión del Evangelio y un instrumento para vivirlo en plenitud. Su ideal era Cristo, unirse a él totalmente, hasta poder decir con Pablo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21); los votos tenían sentido sólo para realizar este amor apasionado.

La pregunta que hemos de plantearnos en este Año es si, y cómo, nos dejamos interpelar por el Evangelio; si este es realmente el vademecum para la vida cotidiana y para las opciones que estamos llamados a tomar. El Evangelio es exigente y requiere ser vivido con radicalidad y sinceridad. No basta leerlo (aunque la lectura y el estudio siguen siendo de extrema importancia), no es suficiente meditarlo (y lo hacemos con alegría todos los días). Jesús nos pide ponerlo en práctica, vivir sus palabras.

Jesús, hemos de preguntarnos aún, ¿es realmente el primero y único amor, como nos hemos propuesto cuando profesamos nuestros votos? Sólo si es así, podemos y debemos amar en la verdad y la misericordia a toda persona que encontramos en nuestro camino, porque habremos aprendido de él lo que es el amor y cómo amar: sabremos amar porque tendremos su mismo corazón.

Nuestros fundadores y fundadoras han sentido en sí la compasión que embargaba a Jesús al ver a la multitud como ovejas extraviadas, sin pastor. Así como Jesús, movido por esta compasión, ofreció su palabra, curó a los enfermos, dio pan para comer, entregó su propia vida, así también los fundadores se han puesto al servicio de la humanidad allá donde el Espíritu les enviaba, y de las más diversas maneras: la intercesión, la predicación del Evangelio, la catequesis, la educación, el servicio a los pobres, a los enfermos... La fantasía de la caridad no ha conocido límites y ha sido capaz de abrir innumerables sendas para llevar el aliento del Evangelio a las culturas y a los más diversos ámbitos de la sociedad.

El Año de la Vida Consagrada nos interpela sobre la fidelidad a la misión que se nos ha confiado. Nuestros ministerios, nuestras obras, nuestras presencias, ¿responden a lo que el Espíritu ha pedido a nuestros fundadores, son adecuados para abordar su finalidad en la sociedad y en la Iglesia de hoy? ¿Hay algo que hemos de cambiar? ¿Tenemos la misma pasión por nuestro pueblo, somos cercanos a él hasta compartir sus penas y alegrías, así como para comprender verdaderamente sus necesidades y poder ofrecer nuestra contribución para responder a ellas? «La misma generosidad y abnegación que impulsaron a los fundadores – decía san Juan Pablo II – deben moveros a vosotros, sus hijos espirituales, a mantener vivos sus carismas  que, con la misma fuerza del Espíritu que los ha suscitado, siguen enriqueciéndose y adaptándose, sin perder su carácter genuino, para ponerse al servicio de la Iglesia y llevar a plenitud la implantación de su Reino».[1]

Al hacer memoria de los orígenes sale a luz otra dimensión más del proyecto de vida consagrada. Los fundadores y fundadoras estaban fascinados por la unidad de los Doce en torno a Jesús, de la comunión que caracterizaba a la primera comunidad de Jerusalén. Cuando han dado vida a la propia comunidad, todos ellos han pretendido reproducir aquel modelo evangélico, ser un sólo corazón y una sola alma, gozar de la presencia del Señor (cf. Perfectae caritatis, 15).

Vivir el presente con pasión es hacerse «expertos en comunión», «testigos y artífices de aquel “proyecto de comunión” que constituye la cima de la historia del hombre según Dios».[2] En una sociedad del enfrentamiento, de difícil convivencia entre las diferentes culturas, de la prepotencia con los más débiles, de las desigualdades, estamos llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad que, a través del reconocimiento de la dignidad de cada persona y del compartir el don que cada uno lleva consigo, permite vivir en relaciones fraternas.

Sed, pues, mujeres y hombres de comunión, haceos presentes con decisión allí donde hay diferencias y tensiones, y sed un signo creíble de la presencia del Espíritu, que infunde en los corazones la pasión de que todos sean uno (cf. Jn 17,21). Vivid la mística del encuentro: «la capacidad de escuchar, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método»,[3] dejándoos iluminar por la relación de amor que recorre las tres Personas Divinas (cf. 1 Jn 4,8) como modelo de toda relación interpersonal.

3. Abrazar el futuro con esperanza quiere ser el tercer objetivo de este Año. Conocemos las dificultades que afronta la vida consagrada en sus diversas formas: la disminución de vocaciones y el envejecimiento, sobre todo en el mundo occidental, los problemas económicos como consecuencia de la grave crisis financiera mundial, los retos de la internacionalidad y la globalización, las insidias del relativismo, la marginación y la irrelevancia social... Precisamente en estas incertidumbres, que compartimos con muchos de nuestros contemporáneos, se levanta nuestra esperanza, fruto de la fe en el Señor de la historia, que sigue repitiendo: «No tengas miedo, que yo estoy contigo» (Jr 1,8).

La esperanza de la que hablamos no se basa en los números o en las obras, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2 Tm 1,12) y para quien «nada es imposible» (Lc 1,37). Esta es la esperanza que no defrauda y que permitirá a la vida consagrada seguir escribiendo una gran historia en el futuro, al que debemos seguir mirando, conscientes de que hacia él es donde nos conduce el Espíritu Santo para continuar haciendo cosas grandes con nosotros.

No hay que ceder a la tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas. Examinad los horizontes de la vida y el momento presente  en vigilante vela. Con Benedicto XVI, repito: «No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz – como exhorta san Pablo (cf. Rm 13,11-14) –, permaneciendo despiertos y vigilantes».[4]  Continuemos y reemprendamos siempre nuestro camino con confianza en el Señor.

Me dirijo sobre todo a vosotros, jóvenes. Sed el presente viviendo activamente en el seno de vuestros Institutos, ofreciendo una contribución determinante con la frescura y la generosidad de vuestra opción. Sois al mismo tiempo el futuro, porque pronto seréis llamados a tomar en vuestras manos la guía de la animación, la formación, el servicio y la misión. Este año tendréis un protagonismo en el diálogo con la generación que os precede. En comunión fraterna, podréis enriqueceros con su experiencia y sabiduría, y al mismo tiempo tendréis ocasión de volver a proponerle los ideales que ha vivido en sus inicios, ofrecer la pujanza y lozanía de vuestro entusiasmo, y así desarrollar juntos nuevos modos de vivir el Evangelio y respuestas cada vez más adecuadas a las exigencias del testimonio y del anuncio.

Me alegra saber que tendréis oportunidades para reuniros entre vosotros, jóvenes de diferentes Institutos. Que el encuentro se haga el camino habitual de la comunión, del apoyo mutuo, de la unidad. 
 
II - Expectativas para el Año de la Vida Consagrada
¿Qué espero en particular de este Año de gracia de la Vida Consagrada?
1. Que sea siempre verdad lo que dije una vez: «Donde hay religiosos hay alegría». Estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; que la auténtica fraternidad vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; que nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida.

Que entre nosotros no se vean caras tristes, personas descontentas, porque «un seguimiento triste es un triste seguimiento». También nosotros, al igual que todos los otros hombres y mujeres, sentimos las dificultades, las noches del espíritu, la decepción, la enfermedad, la pérdida de fuerzas debido a la vejez. Precisamente en esto deberíamos encontrar la «perfecta alegría», aprender a reconocer el rostro de Cristo, que se hizo en todo semejante a nosotros, y sentir por tanto la alegría de sabernos semejantes a él, que no ha rehusado someterse a la cruz por amor nuestro.

En una sociedad que ostenta el culto a la eficiencia, al estado pletórico de salud, al éxito, y que margina a los pobres y excluye a los «perdedores», podemos testimoniar mediante nuestras vidas la verdad de las palabras de la Escritura: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,10).

Bien podemos aplicar a la vida consagrada lo que escribí en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, citando una homilía de Benedicto XVI: «La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción» (n. 14). Sí, la vida consagrada no crece cuando organizamos bellas campañas vocacionales, sino cuando los jóvenes que nos conocen se sienten atraídos por nosotros, cuando nos ven hombres y mujeres felices. Tampoco su eficacia apostólica depende de la eficiencia y el poderío de sus medios. Es vuestra vida la que debe hablar, una vida en la que se trasparenta la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y de seguir a Cristo.

Repito a vosotros lo que dije en la última Vigilia de Pentecostés a los Movimientos eclesiales: «El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es la sal de la tierra, es luz del mundo, está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace ante todo con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del compartir» (18 mayo 2013).

2. Espero que «despertéis al mundo», porque la nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía. Como dije a los Superiores Generales, «la radicalidad evangélica no es sólo de los religiosos: se exige a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético». Esta es la prioridad que ahora se nos pide: «Ser profetas como Jesús ha vivido en esta tierra... Un religioso nunca debe renunciar a la profecía» (29 noviembre 2013).

El profeta recibe de Dios la capacidad de observar la historia en la que vive y de interpretar los acontecimientos: es como un centinela que vigila por la noche y sabe cuándo llega el alba (cf. Is 21,11-12). Conoce a Dios y conoce a los hombres y mujeres, sus hermanos y hermanas. Es capaz de discernir, y también de denunciar el mal del pecado y las injusticias, porque es libre, no debe rendir cuentas a más amos que a Dios, no tiene otros intereses sino los de Dios. El profeta está generalmente de parte de los pobres y los indefensos, porque sabe que Dios mismo está de su parte.

Espero, pues, que mantengáis vivas las «utopías», pero que sepáis crear «otros lugares» donde se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida de la diversidad, del amor mutuo. Los monasterios, comunidades, centros de espiritualidad, «ciudades», escuelas, hospitales, casas de acogida y todos esos lugares que la caridad y la creatividad carismática han fundado, y que fundarán con mayor creatividad aún, deben ser cada vez más la levadura para una sociedad inspirada en el Evangelio, la «ciudad sobre un monte» que habla de la verdad y el poder de las palabras de Jesús.

A veces, como sucedió a Elías y Jonás, se puede tener la tentación de huir, de evitar el cometido del profeta, porque es demasiado exigente, porque se está cansado, decepcionado de los resultados. Pero el profeta sabe que nunca está solo. También a nosotros, como a Jeremías, Dios nos asegura: «No tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (1,8).

3. Los religiosos y las religiosas, al igual que todas las demás personas consagradas, están llamadas a ser «expertos en comunión». Espero, por tanto, que la «espiritualidad de comunión», indicada por san Juan Pablo II, se haga realidad y que vosotros estéis en primera línea para acoger «el gran desafío que tenemos ante nosotros» en este nuevo milenio: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión».[5] Estoy seguro de que este Año trabajaréis con seriedad para que el ideal de fraternidad perseguido por los fundadores y fundadoras crezca en los más diversos niveles, como en círculos concéntricos.

La comunión se practica ante todo en las respectivas comunidades del Instituto. A este respecto, invito a releer mis frecuentes intervenciones en las que no me canso de repetir que la crítica, el chisme, la envidia, los celos, los antagonismos, son actitudes que no tienen derecho a vivir en nuestras casas. Pero, sentada esta premisa, el camino de la caridad que se abre ante nosotros es casi infinito, pues se trata de buscar la acogida y la atención recíproca, de practicar la comunión de bienes materiales y espirituales, la corrección fraterna, el respeto para con los más débiles... Es «la mística de vivir juntos» que hace de nuestra vida «una santa peregrinación».[6] También debemos preguntarnos sobre la relación entre personas de diferentes culturas, teniendo en cuenta que nuestras comunidades se hacen cada vez más internacionales. ¿Cómo permitir a cada uno expresarse, ser aceptado con sus dones específicos, ser plenamente corresponsable?

También espero que crezca la comunión entre los miembros de los distintos Institutos. ¿No podría ser este Año la ocasión para salir con más valor de los confines del propio Instituto para desarrollar juntos, en el ámbito local y global, proyectos comunes de formación, evangelización, intervenciones sociales? Así se podrá ofrecer más eficazmente un auténtico testimonio profético. La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es un camino de esperanza. Nadie construye el futuro aislándose, ni sólo con sus propias fuerzas, sino reconociéndose en la verdad de una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la ayuda mutua, y nos preserva de la enfermedad de la autoreferencialidad.

Al mismo tiempo, la vida consagrada está llamada a buscar una sincera sinergia entre todas las vocaciones en la Iglesia, comenzando por los presbíteros y los laicos, así como a «fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de sus confines».[7]

4. Espero de vosotros, además, lo que pido a todos los miembros de la Iglesia: salir de sí mismos para ir a las periferias existenciales. «Id al mundo entero», fue la última palabra que Jesús dirigió a los suyos, y que sigue dirigiéndonos hoy a todos nosotros (cf. Mc 16,15). Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino...

No os repleguéis en vosotros mismos, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os asfixien, no quedéis prisioneros de vuestros problemas. Estos se resolverán si vais fuera a ayudar a otros a resolver sus problemas y anunciar la Buena Nueva. Encontraréis la vida dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando.

Espero de vosotros gestos concretos de acogida a los refugiados, de cercanía a los pobres, de creatividad en la catequesis, en el anuncio del Evangelio, en la iniciación a la vida de oración. Por tanto, espero que se aligeren las estructuras, se reutilicen las grandes casas en favor de obras más acordes a las necesidades actuales de evangelización y de caridad, se adapten las obras a las nuevas necesidades.

5. Espero que toda forma de vida consagrada se pregunte sobre lo que Dios y la humanidad de hoy piden.

Los monasterios y los grupos de orientación contemplativa podrían reunirse entre sí, o estar en contacto de algún modo, para intercambiar experiencias sobre la vida de oración, sobre el modo de crecer en la comunión con toda la Iglesia, sobre cómo apoyar a los cristianos perseguidos, sobre la forma de acoger y acompañar a los que están en busca de una vida espiritual más intensa o tienen necesidad de apoyo moral o material.

Lo mismo pueden hacer los Institutos dedicados a la caridad, a la enseñanza, a la promoción de la cultura, los que se lanzan al anuncio del Evangelio o desarrollan determinados ministerios pastorales, los Institutos seculares en su presencia capilar en las estructuras sociales. La fantasía del Espíritu ha creado formas de vida y obras tan diferentes, que no podemos fácilmente catalogarlas o encajarlas en esquemas prefabricados. No me es posible, pues, referirme a cada una de las formas carismáticas en particular. No obstante, nadie debería eludir este Año una verificación seria sobre su presencia en la vida de la Iglesia y su manera de responder a los continuos y nuevos interrogantes que se suscitan en nuestro alrededor, al grito de los pobres.

Sólo con esta atención a las necesidades del mundo y con la docilidad al Espíritu, este Año de la Vida Consagrada se transformará en un auténtico kairòs, un tiempo de Dios lleno de gracia y de transformación. 
 
III - Horizontes del Año de la Vida Consagrada

1. Con esta carta me dirijo, además de a las personas consagradas, a los laicos que comparten con ellas ideales, espíritu y misión. Algunos Institutos religiosos tienen una larga tradición en este sentido, otros tienen una experiencia más reciente. En efecto, alrededor de cada familia religiosa, y también de las Sociedades de vida apostólica y de los mismos Institutos seculares, existe una familia más grande, la «familia carismática», que comprende varios Institutos que se reconocen en el mismo carisma, y sobre todo cristianos laicos que se sienten llamados, precisamente en su condición laical, a participar en el mismo espíritu carismático.

También os animo a vosotros, fieles laicos, a vivir este Año de la Vida Consagrada como una gracia que os puede hacer más conscientes del don recibido. Celebradlo con toda la «familia» para crecer y responder a las llamadas del Espíritu en la sociedad actual. En algunas ocasiones, cuando los consagrados de diversos Institutos se reúnan entre ellos este Año, procurad estar presentes también vosotros, como expresión del único don de Dios, con el fin de conocer las experiencias de otras familias carismáticas, de los otros grupos laicos y enriqueceros y ayudaros recíprocamente.

2. El Año de la Vida Consagrada no sólo afecta a las personas consagradas, sino a toda la Iglesia. Me dirijo, pues, a todo el pueblo cristiano, para que tome conciencia cada vez más del don de tantos consagrados y consagradas, herederos de grandes santos que han fraguado la historia del cristianismo. ¿Qué sería la Iglesia sin san Benito y san Basilio, san Agustín y san Bernardo, san Francisco y santo Domingo, sin san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Ávila, santa Ángela Merici y san Vicente de Paúl? La lista sería casi infinita, hasta san Juan Bosco, la beata Teresa de Calcuta. El beato Pablo VI decía: «Sin este signo concreto, la caridad que anima la Iglesia entera correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio de perder garra, la “sal” de la fe de disolverse en un mundo de secularización» (Evangelica testificatio, 3).

Invito por tanto a todas las comunidades cristianas a vivir este Año, ante todo dando gracias al Señor y haciendo memoria reconocida de los dones recibidos, y que todavía recibimos, a través de la santidad de los fundadores y fundadoras, y de la fidelidad de tantos consagrados al propio carisma. Invito a todos a unirse en torno  a las personas consagradas, a alegrarse con ellas, a compartir sus dificultades, a colaborar con ellas en la medida de lo posible, para la realización de su ministerio y sus obras, que son también las de toda la Iglesia. Hacedles sentir el afecto y el calor de todo el pueblo cristiano.

Bendigo al Señor por la feliz coincidencia del Año de la Vida Consagrada con el Sínodo sobre la familia. Familia y vida consagrada son vocaciones portadoras de riqueza y gracia para todos, ámbitos de humanización en la construcción de relaciones vitales, lugares de evangelización. Se pueden ayudar unos a otros.

3. Con esta carta me atrevo a dirigirme también a las personas consagradas y a los miembros de las fraternidades y comunidades pertenecientes a Iglesias de tradición diferente a la católica. El monacato es un patrimonio de la Iglesia indivisa, todavía muy vivo tanto en las Iglesias ortodoxas como en la Iglesia Católica. En él, como otras experiencias posteriores al tiempo en el que la Iglesia de Occidente todavía estaba unida, se han inspirado iniciativas análogas surgidas en el ámbito de las Comunidades eclesiales de la Reforma, que luego han continuado a generar en su seno otras expresiones de comunidades fraternas y de servicio.

La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica ha programado iniciativas para propiciar encuentros entre miembros pertenecientes a experiencias de la vida consagrada y fraterna de las diversas Iglesias. Aliento vivamente estas reuniones, para que crezca el conocimiento recíproco, la estima, la mutua colaboración, de manera que el ecumenismo de la vida consagrada sea una ayuda en el proyecto más amplio hacia la unidad entre todas las Iglesias.

4. Tampoco podemos olvidar que el fenómeno de la vida monástica y de otras expresiones de fraternidad religiosa existe también en todas las grandes religiones. No faltan experiencias, también consolidadas, de diálogo inter-monástico entre la Iglesia Católica y algunas de las grandes tradiciones religiosas. Espero que el Año de la Vida Consagrada sea la ocasión para evaluar el camino recorrido, para sensibilizar a las personas consagradas en este campo, para preguntarnos sobre nuevos pasos a dar hacia una recíproca comprensión cada vez más profunda y para una colaboración en muchos ámbitos comunes de servicio a la vida humana.
Caminar juntos es siempre un enriquecimiento, y puede abrir nuevas vías a las relaciones entre pueblos y culturas, que en este período aparecen plagadas de dificultades.

5. Por último, me dirijo a mis hermanos en el episcopado. Que este  Año sea una oportunidad para acoger cordialmente y con alegría la vida consagrada como un capital espiritual para el bien de todo el Cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, 43), y no sólo de las familias religiosas. «La vida consagrada es un don para la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está totalmente orientada a la Iglesia».[8] De aquí que, como don a la Iglesia, no es una realidad aislada o marginal, sino que pertenece íntimamente a ella, está en el corazón de la Iglesia como elemento decisivo de su misión, en cuanto expresa la naturaleza íntima de la vocación cristiana y la tensión de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo; por tanto, «pertenece sin discusión a su vida y a su santidad» (ibíd., 44).

En este contexto, invito a los Pastores de las Iglesias particulares a una solicitud especial para promover en sus comunidades los distintos carismas, sean históricos, sean carismas nuevos, sosteniendo, animando, ayudando en el discernimiento, haciéndose cercanos con ternura y amor a las situaciones de dolor y debilidad en las que puedan encontrarse algunos consagrados y, en especial, iluminando con su enseñanza al Pueblo de Dios el valor de la vida consagrada,  para hacer brillar su belleza y santidad en la Iglesia.

Encomiendo a María, la Virgen de la escucha y la contemplación, la primera discípula de su amado Hijo, este Año de la Vida Consagrada. A ella, hija predilecta del Padre y revestida de todos los dones de la gracia, nos dirigimos como modelo incomparable de seguimiento en el amor a Dios y en el servicio al prójimo.

Agradecido desde ahora con todos vosotros por los dones de gracia y de luz con los que el Señor nos quiera enriquecer, acompaño a todos con la Bendición Apostólica.
Vaticano, 21 de noviembre 2014, fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen María.
 
Francisco 

 


[1] Carta ap. Los caminos del Evangelio, a los religiosos y religiosas de América Latina con motivo del V centenario de la evangelización del Nuevo Mundo (29 junio 1990), 26. [2] Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, Religiosos y promoción humana (12 agosto 1980), 24: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española, 14 diciembre 1980, p. 16.
[3] A los estudiantes de los colegios pontificios y residencias sacerdotales de Roma, 12  mayo 2014.
[4] Homilía en la fiesta de la Presentación del Señor, 2 febrero 2013.
[5] Carta ap. Novo millennio ineunte, 6 enero 2001, 43
[6] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013, 87.
[7] Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal. Vita consecrata, 25 marzo 1996,51.
[8] J. M. Bergoglio, Intervención en el Sínodo sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, XVI Congregación general, 13 octubre 1994.
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/papa-francesco_lettera-ap_20141121_lettera-consacrati.HTML


Dice muy bien el papa francisco:

"No hay que ceder a la tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas."
 
Algunos eclesiásticos han caído en la trampa de la planificación y el mercado, aplicando a la iglesia católica las formas del sistema, sobre todo en la organización de ministerios. Tanta inversión en seminarios, con tales vocaciones y tantos resultados. Por suerte, la fascinación del mercado ha quebrado. Dicen que se ha invertido mucho y parece que no se ha recogido nada. Se han creado instituciones grandes de acción y educación, de misiones y servicios sociales (seminarios y universidades, colegios y hospitales), para descubrir, al final, que quiebran en plano de mercado o que acaban empleando los medios normales del sistema, dejando así de ser cristianas, es decir, gratuitas, gozosas, personales.
Planificar las experiencias eclesiales en forma de mercado, buscando rentabilidad  programada y dejando su gestión para una instancia superior, de ministros especializados que actúan como administradores políticos o sociales del sistema, sería como pedir que otros nos sustituyan en el amor del matrimonio o en la vida familiar de comunión y amistad. Los ciudadanos pueden delegar el uso del dinero o las funciones de administración en manos de gestores apropiados de la sociedad (del sistema). Pero la iglesia católica no es sociedad, sino comunión de personas; por eso, ella no puede delegar en nadie la función de sus asuntos (oración y comunión de la fe, encuentro personal y fiesta), sino que son los mismos cristianos quienes deben cultivar la fe y el amor de un modo autogestionario, desde la raíz del evangelio.
 
El sistema deja en manos de funcionarios o expertos la solución de muchos temas, para bien del conjunto. La iglesia, en cambio, no es una delegación social para servicios religiosos, conforme a la demanda de sus fieles o clientes, pues en ella nadie, sino que todos son igualmente fieles (= creyentes) y libres, de forma que pueden compartir libremente la fe y comunicarse en gratuidad.

Sobre los monasterios dice los siguiente:

"Los monasterios y los grupos de orientación contemplativa podrían reunirse entre sí, o estar en contacto de algún modo, para intercambiar experiencias sobre la vida de oración, sobre el modo de crecer en la comunión con toda la Iglesia, sobre cómo apoyar a los cristianos perseguidos, sobre la forma de acoger y acompañar a los que están en busca de una vida espiritual más intensa o tienen necesidad de apoyo moral o material."


Los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espíritu, escuelas de fe, de liturgia, y verdaderos laboratorios de estudio, de diálogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de la misma ciudad terrena, en espera de aquella celestial (cf. Vita Consecrata, Nº 6). 

  Quienes conocemos la tradición monástica de la Iglesia Católica sabemos que los monasterios son una realidad que señala hacia donde debe caminar el ser humano, particularmente en los tiempo de crisis, para darle razón de ser y sentido a su historia desde Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

La “meditación cristiana” está arraigada en la fe en Cristo: es absolutamente cristocéntrica y quienes meditamos es porque creemos que Cristo Resucitado está verdaderamente vivo y presente entre nosotros y también en lo profundo de nuestro corazón. se trata de abrir camino a una posible “experiencia” de Dios en el corazón, que sea vital y “transformadora” de la vida del creyente.

Los “frutos” del silencio interior se van palpando en la vida cotidiana. Primero, cuando los otros advierten de nuestros insólitos “cambios” y un buen día nos sorprenden con  exclamaciones como estas : “¿Qué te está pasando que estás más tranquil@?”, “¡Se te ve distint@, sonríes más!”, o “¡Increíble! ¿Es que ahora no respondes a esa agresión…?”, etc. Y estos “frutos” espirituales de los que tan bien nos habla San Pablo en Gálatas 5, se van volcando en las comunidades, las que necesariamente se vuelven más evangélicas, solidarias y fraternas.
 
 
 
 

 

Consejos para dormir bien

 

 Las personas que acaban de perder su empleo son las principales víctimas de los trastornos del sueño ya que, además del trabajo, abandonan sus rutinas regulares de sueño, es decir, acostarse y levantarse cada día a la misma hora. Esta falta de hábito, unida a la frustración derivada del desempleo, «supone un cóctel explosivo que desencadena en trastornos del sueño muy severos, que son necesarios de tratar de forma urgente», explica Jesús Escribá, neurofisiólogo clínico.
 
Es igualmente una enfermedad de marcada prevalencia en el tiempo que supone un indiscutible gasto sanitario. «Para combatir los trastornos psiquiátricos o de sueño, la mejor solución no pasa siempre por la medicación crónica, y mucho menos por la automedicación».
 
El ranking de fármacos más vendidos en España estuvo encabezado en 2011 por antidepresivos e hipnóticos, si bien «el abuso de psicofármacos supone un peligro evitable de primera magnitud», alerta el también director del portal www.dormirbien.info. «La extendida opción de automedicarse para dormir mejor sólo sirve para enmascarar, cronificar y agravar el problema», matiza.
Además, «la proximidad del cambio de horario en apenas una semana y la llegada repentina de las temperaturas primaverales empeoran ciertos trastornos del sueño, repuntando así de forma llamativa los casos de insomnio».

El estrés es el enemigo del descanso. En la cama, nuestra mente queda libre para divagar, y sentir ansiedad por no estar haciendo suficientes horas de sueño sólo empeorará las cosas.

Los trastornos del sueño son un mal común en España, afectan al 40% de la población en algún momento de su vida. Además, las preocupaciones vinculadas con la crisis económica como la pérdida de empleo y la dificultad de llegar a fin de mes aumentan el número de personas que padecen este tipo de enfermedades, la más conocida es el insomnio, lo sufren de forma crónica un 20% de la población y un 10% necesita medicación para dormir.
En estos estados las personas tienden a perder la sensación del tiempo. Puedes dormirte y despertar y seguir sintiendo que no has dormido nada. Esto puede resultar en un sueño fragmentado, con menos tiempo para pasar en los estados de descanso profundo.
Los expertos del sueño recomiendan levantarse y hacer una actividad que distraiga tu mente de las preocupaciones, como un rompecabezas, antes de intentar dormir otra vez.
 

Si a usted le cuesta conciliar el sueño, o bien se despierta antes de la hora deseada o tiene un sueño inquieto y poco satisfactorio, tal vez le sea de utilidad alguna de las recomendaciones que se ofrecen a continuación.


Para dormir bien es importante seguir buenos hábitos.

1. El horario
Fije un horario estable para ir a la cama y para despertarse. Si por alguna razón excepcional (por ejemplo, el fin de semana) trasnocha más de lo previsto, no se levante al día siguiente excesivamente tarde. De esta forma, aunque pasará sueño un día, no alterará el ciclo sueño/vigilia al que su organismo está acostumbrado y podrá funcionar con normalidad durante el resto de la semana.


2. El dormitorio
Procure que su dormitorio sea cómodo, manténgalo bien ventilado y a una temperatura agradable (aproximadamente unos 22ºC), aislado de ruidos y luz. Utilice un colchón confortable y, en caso de usar almohada, que ésta no sea muy alta.

3. Ejercicio
Manténgase activo. Haga ejercicio moderado con regularidad, ya que favorece el descanso ayudándonos a liberar tensiones. Pero no lo haga al menos tres horas antes de ir a dormir, pues a corto plazo tiene un efecto activador. La única excepción es la actividad sexual, que no perjudica el sueño.

4. Actividades en la cama
No utilice la cama para ver la televisión, para escuchar la radio o hacer trabajos de oficina. Tampoco lea nada que le obligue a estar muy concentrado. Su cama ha de ser primordialmente un lugar para dormir.


5. Postura y ropa
Adopte una postura física correcta, y duerma con ropa cómoda que no le moleste ni apriete.

Hay también algunas cosas que debe evitar.

1. La siesta
No duerma durante el día. Puede ir bien reposar, o dormitar, 15 ó 20 minutos después de comer, pero no más.

2. La cena copiosa
Evite las cenas copiosas y no cene demasiado tarde. No teme líquidos en exceso, sobre todo tres horas antes de acostarse. No abuse del jamón, queso, bacon o tomate, ya que contienen tiamina, una sustancia que aumenta la liberación de un estimulante cerebral. Por el contratio, el ygourt, la leche, el plátano, son alimentos ricos en trptófano ypueden ayudarle a conciliar el sueño

3. Estimulantes
No tome café ni té por la tarde y, al menos 4 horas antes de ir a dormir.. Tampoco tome demasiado chocolate. Preferiblemente, no fume ni beba nada de alcohol Beber mucho alcohol produce somnolencia, pero puede provocar despertares nocturnos, y abatimiento a la mañana siguiente.

4. Comer a medianoche
No coma nada si se despierta a medianoche.

5. Obligarse a dormir
No fuerce el sueño, sobreviene espontáneamente si se dan las condiciones adecuadas. Si al cabo de un rato (quince o veinte minutos aproximadamente) de acostarse no logra dormir, no pierda la paciencia dando vueltas; levántese de la cama y realice alguna actividad relajante (leer, escuchar música ...) hasta que le entre sueño.

6. Pastillas para dormir
No recurra a las pastillas para dormir. Aunque pueden ser efectivas en un primer momento, después de tres o cuatro semanas empezarán a dejar de serlo debido a la adaptación progresiva del cuerpo y, además, pueden crearle dependencia. Por otra parte, las pastillas alargan el tiempo de sueño pero puede que no favorezcan la calidad del mismo. Sólo estarían indicadas como último recurso en casos definidos de insomnio crónico y siempre bajo la supervisión de un médico especialista.

Trate de hacer agradable el momento de irse a dormir.

1. Antes de acostarse
Establezca una rutina placentera antes de acostarse. Un baño tibio le ayudará a relajarse; también leer o escuchar música relajante. Es recomendable tomarse un vaso de leche caliente (con miel) o bien una infusión de manzanilla o de valeriana.

2. Tranquilidad
A la hora de dormir, la tranquilidad es fundamental. Suspenda toda discusión, evite revivir los conflictos y no trabaje en la cama. Si tiene problemas, hable de ellos durante el día, pero "olvídelos" por la noche (no piense en ellos, dese un respiro y aplace su solución para otro momento). No realice esfuerzos intelectuales antes de acostarse.

En general, no olvide que ...


1. Es más importante la calidad que la cantidad

No se preocupe si no consigue dormir ocho horas, ya que no todos necesitamos dormir lo mismo. Seis horas de sueño pueden ser suficientes si éste es reparador (es decir, si no es un sueño interrumpido o alterado por alguna molestia que perturbe el descanso).

2. Medicamentos
Si está usted tomando algún medicamento, pregunte a su médico si contiene ingredientes que interfieran el sueño, o bien si el problema de salud que padece dificulta el sueño.

3. Consultar
Si a pesar de seguir estas sugerencias, no logra dormir y su funcionamiento diurno se ve alterado por ello, consulte con el especialista.


¿QUÉ DICE LA BIBLIA ACERCA DE PODER DORMIR BIEN?

Como vengo diciendo a lo largo de este artículo, los problemas para dormir son frecuentes en un alto porcentaje de la población. Me gustaría mencionar antes de terminar, qué dicen las Escrituras acerca de esta problemática. Vamos a ver la coincidencia total y absoluta con lo que dice la ciencia.

La importancia de dormir bien, también se destaca en la Biblia: podemos leer en Levítico 26:3-6 que el acto de dormir es considerado una bendición; asimismo, en el Salmo 127:2 dormir bien es considerado un don de Dios a quienes ama.

Podemos comprobar que el sueño y el descanso es algo esencial para los seres humanos; el mismo Dios reposó al séptimo día, nos dice Génesis 2:2-3.

Estas son algunas de las causas que nos quitan el sueño y que podemos leer en la Biblia:


- Exceso de responsabilidades en el trabajo, estrés (Esther 6:1; 2ª Corintios 6:5)

- Temor, ansiedad (Deuteronomio 6:5)

- Amargura en el corazón, rencor (Proverbios 4:16)


- Motivos de conciencia y remordimiento (Salmo 16:7; Daniel 6:16-19)

- Dolores o enfermedad (Job 7:4-5; 30:17)

- Codicia, avaricia (Eclesiastés 5:12)

- Inquietud de espíritu, abatimiento del alma (Cantares 5:2-6; Daniel 2:1-3)

Todo esto se puede resumir en que: LA PRINCIPAL CAUSA DE NO DORMIR BIEN ES UN CORAZON INSATISFECHO Y DOLORIDO, YA QUE EL DORMIR BIEN ES SINÓNIMO DE UN CORAZON CONTENTO ( JUECES 19:9 ).

¿Y cuándo NO tenemos un corazón contento? Cuando Dios NO ocupa el lugar que le corresponde en nuestro corazón, cuando NO aprendemos a depositar nuestras cargas en Él, cuando nos afanamos con las cosas de la vida, cuando renunciamos a perdonar las ofensas a otros, cuando carecemos de la gratitud por la vida…

¿COMO PODEMOS HACER PARA TENER ESE CORAZON CONTENTO Y SANO PARA PODER DORMIR BIEN?

Lo que dicen las escrituras al respecto:

1-   Debemos identificar lo que nos roba nuestro sueño, eso es lo primero, para así poder combatirlo. Puede que no lo sepamos ver por nosotros mismos, en cuyo caso debemos pedirle a Dios que nos lo revele (Salmo 26:2).

2-   Nunca lleves tus problemas a la cama. La Biblia nos dice “En paz me acostaré y asimismo dormiré…” (Salmo 4:8).

3-   Antes de dormir meditar (orar) acerca de la vida (Salmo 4:4) y disponer el corazón para el perdón y el arrepentimiento, esto es CAMBIAR NUESTRA ACTITUD (Job 11:13-18).

4-   Tener satisfacción en las actividades diarias (BUENA ACTITUD, disposición interior) y mantener una buena alimentación (Eclesiastés 5:12; 8:15-16).

5-   Emplear un tiempo para leer la Biblia y meditar en ella (Proverbios 3:21-25; 6:20-22).

6-   Tener una ACTITUD DE CONFIANZA en Dios y en Sus Promesas, para no tener temor, ya que el temor (ansiedad, miedos, incertidumbre) te roba el sueño (Levítico 26:6).

Como creyentes, si consideramos estos principios -del todo coincidentes con lo que nos dice la ciencia, como hemos visto-, no sólo dormiremos bien y en paz, sino que evitaremos muchos otros problemas de salud. Esto es lo que yo llamo LA BENDICIÓN DE DORMIR BIEN. En La Biblia podemos leer que Dios nos ha dado la capacidad de irnos a la cama, cerrar los ojos, y dormir tranquilos (“En paz me acuesto y me duermo, porque sólo tú, Señor, me haces vivir confiado” Salmos 4:8) Es decir, ¡tenemos la capacidad para hacerlo! Es solamente que nosotros mismos nos lo impedimos. Estamos constantemente preocupándonos por el mañana, afanándonos por los pagos que tenemos que realizar, las cosas que nos puedan pasar, etc. Estamos simplemente perdiendo nuestro sueño porque no ponemos toda nuestra confianza en quien nos ha dado la capacidad de hacerlo.

Jesús dice en Lucas 12:22-31, que no debemos preocuparnos por el mañana, ni afanarnos por lo que habrá de venir, ya que cada día trae su propio afán. Es bueno hacer planes y tratar de saber lo que queremos o no hacer en la vida, pero no nos ayuda en nada el preocuparnos, y mucho menos, hacerlo justo antes de dormir. Es difícil, cuesta bastante estar “despreocupados”, ya que como humanos vamos a tener la tendencia a preocuparnos por las situaciones, pero es posible confiar en Dios y saber que todo está bajo Su Mano.

Por eso, el mejor consejo que os puedo dejar es este: CONFIAR EN DIOS, descansar en Él. El ha creado un momento para cada situación (Eclesiastés 3:1). Durante las noches, tenemos el tiempo adecuado e idóneo para descansar. Por tanto, TODA la confianza puesta en Él, sabiendo que Él es Soberano y tiene cuidado de todas las cosas.
 
Fuentes:
 
 
CALDWELL,J.P.(1997). Dormir. Barcelona: Editorial Herder. Colección Divulagación Médica.

ESTIVILL, E.(1999). Dormir sin descanso: Trastornos del sueño. Barcelona: Losada

FUERTES, J.C.(1998). El insomnio: un problema con solución. Madrid: Pirámide

Charo Hernando y Raquel Gómez. Clínica de la Ansiedad

martes, 25 de noviembre de 2014

Xabier Pikaza no ha roto con la Iglesia


 


Cuando un sacerdote pide la dispensa del celibato como hizo Xabier Pikaza y la Iglesia se la concede no está rompiendo nada, no rompe una promesa porque tiene dispensa.

Xabier Pikaza es un hombre conforme al corazón de Dios, que nunca se dejó intimidar por el temor para callar la Palabra del Señor y para decir la verdad aunque no les guste a los jerarcas. Su amor y su compromiso a Dios lo motivan a seguir sin reservas las directivas del Espíritu Santo para salvar almas para Cristo, por predicar y enseñar la Palabra de Dios al costo que sea. Las adversidades nunca pudieron detener el ímpetu de este corazón apasionado y bravo por Jesús.

Vive lo que cree, irradia lo que predica. Está convencido de que evangelizar, antes que hablar, es ser.

Pikaza renunció a los ministerios y a la vida religiosa institucional, descubriéndome así cristiano a secas, y se encontró a Mabel (y ella le encontró a él) e hicieron un proyecto de vida en matrimonio, casados por la Iglesia, en la que quieren estar y están gozosamente.

 
Xabier Pikaza conoce muy bien a Dios y entiende perfectamente los signos de los tiempos. Sus palabras y sus escritos son un desafío - incómodo muchas veces - en medio de una Iglesia indiferente, apática, en medio del pecado que abunda, en medio de la tibieza, en medio del confort de una iglesia jerárquica cómplice del sistema opresor que produce oprimidos y deprimidos en serie.
 

Es importante que en este mundo trivializado y gris, sin utopías ni ilusiones encontrar a personas como Xabier Pikaza, que por su modo de ser, comuniquen luz y ánimo para que podamos ser humanos y cristianos. A estas personas hay que buscarlas como se busca una perla preciosa y el agradecer a Dios el haberlas encontrado. Teólogos como Pikaza, Meier, Joachim Jeremías, Bonhoeffer… son este tipo de personas y teólogos que no siendo en “todo perfectos “se muestran humanos y comunican dignidad, esperanza, amor y sentido de la vida.

A Xabier Pikaza  Le gusta decir que es un "católico sin más" pero es un teólogo de referencia con más de 70 libros publicados.

A los jerarcas Se les llena la boca hablando de "testigos creíbles" del Evangelio. Pero, cuando tienen uno delante, no lo reconocen ni lo valoran. Es la eterna paradoja de esta nuestra institución que persigue y apedrea a sus profetas. ¡Quizás no pueda ser de otra forma! Xabier Pikaza es una bendición para el mundo y para la Iglesia. La Iglesia (jerarquía incluida) le debe un homenaje.
 
 
Tenemos ejemplo de muchas personas incomprendidas en la Iglesia como por ejemplo San Isaac de Nínive.
 
 
Isaac el Sirio, conocido también como Isaac de Nínive, vivió durante la segunda mitad del siglo VII en regiones hoy pertenecientes a los estados de Qatar, Irak e Irán . Fue monje (ihidaya) y obispo –ordenado entre el 676 y el 680- de la iglesia sirio-oriental, que permanecía, por razones política más que teológicas , fuera de la comunión con las otras iglesias cristianas desde la mitad del siglo V . Cuando, por tanto, Isaac nace, su iglesia no estaba en comunión canónica con la comunidad cristiana del imperio romano. Nuestro “padre”, por tanto, nos viene de una tradición eclesial particular y no siempre vista con ojos benévolos por las otras iglesias. Si bien su enseñanza ha sido siempre escuchada y apreciada: él es expresión de una santidad por todos reconocida y que se nos transmite de todas partes. Por esto, Isaac representa para nosotros aún hoy un desafío, lanzado a nosotros por aquel mismo Espíritu Santo que obró en él. El desafío viene justamente por su origen unido a su santidad: una santidad que va más allá que nuestros cercos teológicos y que pone en discusión nuestros límites demasiados precisos y seguros.


Isaac es por tanto una voz que viene de las afueras del coro, pero que ha sabido hacerse apreciar por todas las tradiciones cristianas, constituyendo en esto un caso probablemente único, ya que ningún Padre de la Iglesia, de oriente o de occidente, jamás ha sido tan leído y apreciado de modo tan amplio y ecuménico por todas las tradiciones cristianas: por las antiguas iglesias orientales precalcedonenses (sirio-occidentales, coptas y etiópicas ); por las iglesias de tradición bizantina, donde los escritos de Isaac fueron traducidos rápidamente al griego y al árabe, y también al georgiano, eslavo y rumano; por las iglesias occidentales, donde el Ninivita fue traducido al latín, desde el griego, probablemente ya en el siglo XII-XIII, y de aquí, algunos decenios más tarde, al italiano, francés, castellano, catalán y portugués . Por todos lados él se ha vuelto uno de los pilares de la espiritualidad cristiana y sobre todo monástica, alimentando varios momentos cruciales de renovación y renacimiento.

También tenemos el ejemplo de San Jerónimo. Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este idioma toda la S. Biblia, y esa traducción llamada "Vulgata" (o traducción hecha para el pueblo o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica durante 15 siglos. Únicamente en los últimos años ha sido reemplazada por traducciones más modernas y más exactas, como por ej. La Biblia de Jerusalén y otras.

 Casi de 40 años Jerónimo fue ordenado de sacerdote. Pero sus altos cargos en Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la alta clase social le trajeron envidias y rencores (Él decía que las señoras ricas tenían tres manos: la derecha, la izquierda y una mano de pintura... y que a las familias adineradas sólo les interesaba que sus hijas fueran hermosas como terneras, y sus hijos fuertes como potros salvajes y los papás brillantes y mantecosos, como marranos gordos...). Toda la vida tuvo un modo duro de corregir, lo cual le consiguió muchos enemigos. Con razón el Papa Sixto V cuando vio un cuadro donde pintan a San Jerónimo dándose golpes de pecho con una piedra, exclamó: "¡Menos mal que te golpeaste duramente y bien arrepentido, porque si no hubiera sido por esos golpes y por ese arrepentimiento, la Iglesia nunca te habría declarado santo, porque eras muy duro en tu modo de corregir!".

Sintiéndose incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde no aceptaban el modo fuerte que él tenía de conducir hacia la santidad a muchas mujeres que antes habían sido fiesteras y vanidosas y que ahora por sus consejos se volvían penitentes y dedicadas a la oración, dispuso alejarse de allí para siempre y se fue a la Tierra Santa donde nació Jesús.
Sus últimos 35 años los pasó San Jerónimo en una gruta, junto a la Cueva de Belén.

Jesús no suspendió a nadie, ni a los paganos, ni a los samaritanos, ni a los pecadores, ni a los publicanos, ni a las prostitutas. Porque Jesús vio que el Evangelio no se enseña suspendiendo a los malos alumnos, sino mediante la bondad con todos.
 
 
Tiene razón José Mª Castillo, Jesús no vino a fundar una Religión sino a poner en marcha una forma de Vida basada en el Amor. Eso es el Evangelio.

 
A Xabier Pikaza  Le gusta decir que es un "católico sin más" pero es un teólogo de referencia con más de 30 libros publicados. Acostumbrado a hacer oír su voz discordante y decir que la Iglesia se ha creído en el derecho de imponer, de afirmar lo que está limpio y lo que no, y dio la bienvenida al Papa Francisco.

Utilizando la imagen orteguiana de la iglesia como arca de Noe, diría que en ella cogen todos: los que hacen la crítica y los criticados, porque la iglesia es de todos los que navegan hacia Dios. En está arca de salvación no hay lugar para las excomuniones, los silencios impuestos, ni las pescudas inquisitoriales, que nos retroceden al diluvio universal, ignorando el sacrificio de Cristo en la Cruz. La iglesia de Jesús sabe navegar, remontando suavemente todas las tempestades que se puedan presentar en su travesía (Gs28).
           
 Pero lamentablemente, sigue siendo actual la crítica profética que Ortega le hace: La iglesia  católica que se proclama ministro de la vida, encadena y ahoga a todos aquellos que se presentan dentro de ella como nuevos, en cambio apuntala todas  sus ruinosas anticuallas.
           
Ella que proclama renovar todo en Cristo, es hostil a renovarse a sí misma.
Hay épocas en que se hace necesario tener oídos ansiosos de novedad para evitar que desaparezca el espíritu de Jesús (Mt 11,15; Mc8;18). Muchas veces el mayor peligro con que se enfrentan los jerarcas no es el de las ideas nuevas, si no la no existencia de ideas.
           
 Cada generación debe aportar  su particular experiencia con Cristo, sino quiere ser rechazada por perezosa, como el sirviente de la parábola (Mt25,24-30). La fidelidad al pasado en las epístolas pastorales no es bien interpretada muchas veces, sobre todo de cara al dinamismo misionero.

El Papa Francisco explicó el miércoles 8 de mayo del 2013 la actitud del buen evangelizador: abierto a todos, dispuesto a escuchar a todos, sin ninguna exclusión. El Pontífice propuso el ejemplo del apóstol Pablo en el areópago, que anuncia a Jesucristo entre los adoradores de ídolos. Es importante, según el Papa, el modo de proceder: «Él no dice: “¡idólatras! Irán al infierno…”», sino, por el contrario, «busca llegar al corazón»; no condena desde el inicio, busca el diálogo: «Pablo es un pontífice, constructor de puentes. Él no quiere convertirse en constructor de muros». Construir puentes para anunciar el Evangelio, «esta es la actitud de Pablo en Atenas: hacer un puente en sus corazones, para luego dar un paso más y anunciar a Jesucristo».

     
*Contra las comunidades “ monocolores” (7, 17-24)

“Por lo demás, que cada uno viva según el lote que Dios le ha asignado, Y según le acogido la llamada de Dios. Esto es lo que prescribo en todas las comunidades. ¿Qué uno ha recibido la vocación cristiana, ya circuncidado? Que no intente reconstruir el prepucio. ¿Qué otro ha recibido en estado de incircuncisión? Que no se circuncide. La circucisión no supone nada, lo mismo que la incircuncisión, sino el cumplimiento de los mandamientos de Dios. Cada uno quédese en la comunidad, en la que ha recibido la vocación cristiana. ¿La recibiste siendo esclavo? No te preocupes; aunque, la verdad, si puedes obtener la libertad, no dejes pasar la ocasión, el esclavo que ha recibido la vocación cristiana es un liberto del Señor; e igualmente el libre, llamado al cristianismo, es un siervo de Cristo. Caro habéis costado: no os hagáis esclavos de los hombres. Cada uno, hermano, permanezca en la comunidad, en la que ha recibido la vocación cristiana, tomando a Cristo como punto de referencia” (7:17-24).

Este es uno de los textos paulinos de los que se ha abusado injustamente para hacerle decir a Pablo una cosa tan lejana a su pensamiento como sería está: Que el cristianismo, al sobrevenir en una determinada convivencia social, deja las cosas como están y sólo se refiere a una relación -  individual y solitaria- del hombre con Dios.
           
 Sobre todo, se ha utilizado este texto para justificar el inmovilismo social de ciertos grupos cristianos. Pablo, en este caso, recomendaría a los esclavos el permanecer en la esclavitud: la fe sería solamente algo que modificaría la pura referencia del alma con Dios.
           
Sin embargo, el texto Paulino hay que interpretarlo según todo el contexto del epistolario del apóstol. Si hay algo que Pablo ha subrayado con más energía es el hecho de que en el cristianismo se borran las diferencias entre judíos y paganos. Nos basta recordar todo el tema del concilio de Jerusalén.
           
 Ahora bien, de interpretar el pasaje en este sentido de inmovilismo social, resultaría que Pablo exhorta aquí a los judeocristianos a permanecer, dentro del cristianismo, en una postura especifica, determinada, contradistinta de los paganocristianos. Si no ¿qué significaría la exhortación a un judío converso a seguir siendo judío en la nueva situación cristiana?
           
 Igualmente dura sería la exhortación al esclavo cristiano a permanecer en la esclavitud. Según ello, la entrada en la Iglesia sería un freno atenazador que inmovilizaría la vida social. Pero Pablo no piensa así, ni mucho menos; de otra manera no se explicaría la inmediata exhortación: “si puedes obtener la libertad, no dejes pasar la oportunidad”.
           
En una palabra: la insistente exhortación paulina a borrar, en la nueva situación cristiana, toda diferencia entre judío y pagano, siervo y libre, mal se casaría con esta supuesta exhortación a que judíos y paganos, libres y esclavos, sigan acentuando esta propia condición en el nuevo estado de fe.
          
  La solución está en el sentido de la palabra “vocación” klesis que, como otras muchas en Pablo (caridad, fe, perfección) tiene un significado que podríamos llamar comunitario. Y en este caso la misma Iglesia, la comunidad de los creyentes, sería llamada la “sociedad del amor, de la fe, de la perfección, de la plenitud, de la vocación, o más simplemente: amor, perfección, fe, plenitud, vocación.
            Así, pues la “klesis” sería la reunión, la asamblea, la comunidad como espacio de convocación, como lugar donde se ha recibido la llamada divina.
           
 En Corinto, como en las demás comunidades formados por Pablo, había ya muchos grupos de cristianos que se reunían en distintos sitios y celebraban allí habitualmente la asamblea cultural. Cada catecúmeno o neocristiano empezaba a frecuentar una reunión determinada. Si se trataba, por ejemplo de un judío, y la reunión por él frecuentada estaba compuesta por una mayoría de paganos, es lógico que se sintiera incómodo y procurara buscar otra reunión en que predominaran los procedentes del judaísmo.
           
Lo mismo diríamos de un esclavo que empezara su vida cristiana en el seno de una reunión con predominio de libres.
           
 Esta actitud presentaba un grave riesgo, contra el que Pablo había luchado radicalmente desde el principio de su apostolado: la formación de comunidades monocolores. La oportunidad de esta recomendación, hecha precisamente a los corintios, se pone en evidencia con sólo echar una ojeada al estado psicológico de aquella comunidad, tal como se desprende de la misma lectura de la “primera a los Corintios”
           
Ya desde el principio saca Pablo el tema de los “cismas” y “banderías” (1, 10-17). Pero más gravedad presenta aún el peligro de ruptura en la celebración de la asamblea, como dirá más adelante (11, 2.22). Pablo pues exhorta a los fieles a no cambiar de reunión o de asamblea por motivos diferenciales (judaísmo-paganismo, esclavitud-libertad), ya que estos deben quedar superados y fundidos en la unidad de la fraternidad cristiana. Cada uno debe continuar en la vocación  o convocación, en la reunión en que empezó la vida cristiana, y no debe preocuparse de su situación mundana previa a su fe, ya que en la nueva situación sólo hay una motivación de unidad: la fe en cristo.
           
Esta insistencia de Pablo de crear comunidades heterogéneas lleva consigo un germen revolucionario, aunque a primera vista no lo parezca. Efectivamente, en la historia de las instituciones religiosas se ha insistido mucho en la división de parcelas: templos para libres y templos para esclavos; templos para blancos y templos para negros; hermandades o confraternidades de determinadas clases (patronos, empleados, obreros etc.). Este interés por parcelar la religiosidad según criterios de diferencias de clases es más visible cuando se trata de una institución viva, o sea, donde cada miembro es corresponsable de las soluciones finales.
           
Lógicamente, una comunidad donde hay esclavos, explotadores y explotados, tenderá infaliblemente a la superación de estas chocantes diferencias: el interclasismo no podrá mantenerse por mucho tiempo, como de hecho ocurrió en las comunidades cristianas fundadas por Pablo.
           
 Pablo era consciente de este germen revolucionario del cristianismo; y por eso exhortaba a los nuevos cristianos a que no se parcelaran: griegos con griegos, judíos con judíos, esclavos con esclavos, libres con libres, etc., ya que así ocurrirían dos cosas: o el cristianismo quedaba reducido a una clase o sector determinado, o se convertiría en una formalidad puramente aparente.
           
 Por eso, la formación de comunidades excesivamente homogéneas desde el punto de vista social, político y económico corre el peligro de suprimir la capacidad conflictiva que lleva consigo inevitablemente la proclamación del Evangelio.


  • PROGRESISTAS E INTEGRISTAS
 Pablo admite que el cristiano sea un “gnóstico” en el más alto sentido de la palabra: posee un conocimiento perfecto, no sólo especulativo, sino práctico-moral. Esta gnosis le permite tener un juicio certero y exacto sobre las cosas, con mucha mayor solidez que el gnóstico de la filosofa helenística. En virtud de esta gnosis superior, el cristiano formado, el “fuerte”, el “espiritual”, sabía que ciertas prescripciones alimenticias, tanto del judaísmo como del paganismo, no obligaban ya a la conciencia. Y así, era lícito comer de las viandas sacrificadas a los ídolos, dejar la observancia de ciertas fiestas judías etc.
           
Pablo, por el contrario, trae una novedad cristiana: el gnóstico cristiano no es un individuo aislado y solitario: para la actitud de su obrar no basta que su gnosis sea perfecta en sí, sino que, sepa ensamblarse con la gnosis del prójimo, aún cuando ésta sea imperfecta.
           
                        “y, siendo un hombre libre respecto a todos, me he hecho esclavo de todos, para ganar a todos los que pueda. Con los judíos me he hecho judío, para ganar judíos; con los súbditos de la ley, me he hecho súbdito de la ley(no siéndolo en realidad)para ganar a los súbditos de la ley. Con los desvinculados de la ley me he hecho un desvinculado de la ley (no siendo un desvinculado de la ley de Dios, sino un súbdito de la ley de Cristo) para ganar a los desvinculados de la ley. Con los débiles he hecho el débil para ganar a los débiles (9:19,23).

           
Esta exhortación a los gnósticos o fuertes de encarnarse en los debiles de adaptarse a ellos, podría entenderse como si los gnósticos fueran seres blindados e invulnerables.
           
 Pablo, por el contrario, les recuerda que ellos mismos no están lejos del peligro idolatra; “por tanto el que se sienta seguro tenga cuidado de no caer”(10-12).

            Podríamos decir que aquí San Pablo está descubriendo inicialmente el fenómeno psicológicamente inevitable, de la existencia de “progresistas” e “integristas” en el seno de la propia iglesia.
           
 El consejo del apóstol es que ningún tipo pretenda suprimir al otro. Los “progresistas sepan comprender hasta lo inverosímil de la estrechez mental de los “integristas”, y éstos últimos no vayan tan deprisa en su proclividad a condenar a los otros como bordeando los límites de lo heterodoxo. EL AMOR debe no suprimir, sino superar esa inevitable diferenciación de la psicología humana.
           

En una palabra: la Iglesia tiene que contar con la existencia del conflicto en su propio seno, sin tender a crear monopolísticamente ni una iglesia del trigo ni de la zizaña.