miércoles, 29 de mayo de 2013

Xabier Pikaza: la muerte de Jesús

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Artículo extractado del libro de Xabier Pikaza:  Historia de Jesús. ¡Es un libro excelente!  En su  libro sobre Jesús hace una meditación muy personal de la vida y enseñanzas de Cristo, en la que critica la "crueldad" de la explotación capitalista del pobre.
En el libro del Xabier Pikaza, no hay esnobismo, ni falsa erudición. En estas páginas, brillan en cambio, la sencillez, la pulcritud y la profundidad.

 

Editorial Verbo Divino

Asesinato por miedo, envidia y dinero

 He comentado el juicio de los sacerdotes, según Mc 14, 55-64, poniendo de relieve su fondo histórico. Quiero ampliar y precisar esa visión desde la perspectiva de Mc 15, 10, donde Pilato afirma que ellos entregaron a Jesús por envidia, retomando así unas claves muy humanas del juicio y condena de Jesús.
 Una piedad sacrificial ha venido repitiendo que el primer causante de la muerte de Jesús ha sido el mismo Dios, ofendido por la culpa de la humanidad: Necesitaba reparación y no ha encontrado mejor forma de satisfacer su justicia y redimir a los hombres que entregando a su Hijo encarnado a la muerte, a través de un sacrificio entendido como gesto de violencia reparadora, Pues bien, en contra de eso, el mensaje de Jesús y su experiencia en la Última Cena entienden el sacrificio como entrega amorosa y servicio a los demás[i].
  Una piedad apocalíptica (en la línea de 1 Hen 6-36) podría haber afirmado que Jesús ha muerto por un conflicto angélico, asesinado por demonios, en una línea explorada por los gnósticos, y por una glosa posterior de Pablo donde se afirma que los causantes de la muerte de Jesús han sido los arkhontes superiores, que no le conocieron, pues si le hubiera conocido no le hubieran matado. La muerte de Jesús se integraría según eso en una gran batalla cósmico-divina y angélica, entre las fuerzas del bien y del mal (1 Cor 2, 8)[ii]. En contra de eso, los evangelios afirman que los responsables de la muerte de Jesús han sido unos hombres, especialmente  Caifás (Anás) y Pilato; por eso, los relatos de la Pasión han puesto de relieve su carácter histórico.
Los evangelios saben que la pasión de Jesús responde a un tipo misterioso de voluntad de Dios. Pero ellos siguen suponiendo que Dios actúa de un modo “silencioso”, dejando que se expresen y actúen los intereses humanos Por eso, ellos presentan la crucifixión (que para la Iglesia es revelación de Dios y entrega salvadora) como un acontecimiento decidido y realizado por personas concretas, que parecen actuar en nombre de Dios, pero que se encuentran dominados por pasiones e intereses humanos, entre los que pueden destacarse el miedo, la envidia y el egoísmo económico.
a. Miedo y mentira. Mc 11, 18 insiste en el miedo desde el principio de la condena de Jesús: «Buscaban la manera de matarle, porque le tenían miedo (ephobounto gar auton), pues todo el pueblo estaba admirado de su doctrina». Quizá le temían porque él les acusaba, y anunciaba el fin del templo. Quizá temían que el pueblo, influído por Jesús, no les siguiera. En ese contexto sitúa Juan la reflexión de sacerdotes y fariseos, reunidos en sanedrín: «Si le dejamos, todos creerán en él y vendrán los romanos y nos quitarán el lugar (=templo) y el ethnos (el pueblo)» (Jn 11, 48)[iii].
No temen en general, sino que tienen miedo de «perder su ley», de quedarse sin templo (sin seguridad religiosa), es decir, sin poder para imponerse a los demás y sin sacrificios e ingresos económicos (retomando así unos motivos que hemos visto al hablar de las tentaciones: cap. 6). Esa parece su  perversión: No sirven para nada (nada aportan, como suponía el apólogo de Jotán: Jc 9, 7-20) y por eso necesitan dominar a los demás, con un “poder” religioso, político y económico. No pueden vivir de otra manera, tienen miedo de quedar sin nada, por eso son violentos… y mienten.
Ese miedo es mentiroso, como muestra la intervención de Caifas, sumo sacerdote: «Os conviene que muera un hombre por el pueblo y no que perezca todo el pueblo» (Jn 11, 50). Caifás defiende el “derecho” de sacerdotes-escribas dominantes, que controlan y dirigen desde el templo al pueblo, en virtud del pacto de poder que han hecho con los romanos. Ellos velan por sus intereses, suponiendo que concuerdan o pueden compaginarse con los de Pilato, pues ambos poderes se necesitan para mantener sus privilegios y garantizar su paz en Palestina. Pues bien, al situarse ante Jesús, temen perder su dominio y “mienten”, se engañan a sí mismos y engañan al pueblo diciendo que ellos son necesarios, y que un hombre como (sin templo) es peligroso[iv].
b. Envidia. En este contexto, el evangelio añade, de forma sorprendente, que Pilato no se fía de Caifás y de los sacerdotes, aunque de hecho estén aliados, añadiendo de forma lapidaria: «Pues sabía que los sumos sacerdotes le habían entregado (a Jesús) por envidia» (dia phthonon: Mc 15, 10, Mt 27, 18). No tienen simplemente miedo de perder su seguridad, sino envidia de que otro (Jesús) sea distinto y tenga algo que ellos no tienen (una verdadera autoridad humana)[v].
De la envidia como fuente de pecado y origen de muerte hablaba en especial Sab 2, 24; 6, 23, un texto que ayuda a entender las razones de la condena de Jesús. En el fondo del miedo de los sacerdotes está la envidia por Jesús, porque su mera presencia supone una amenazas para ellos, pues “sienten” que tiene una autoridad más alta, que no necesita de ellos (no se somete a su templo). No es que Jesús quiera “matar” a los sacerdotes. Hace algo mucho más profundo y peligroso: No les necesita y, además, enseña al pueblo a liberarse de la opresión sacerdotal del templo[vi].
Hay una envidia que podríamos llamar «activa», que puede tener un valor: Es la actitud de aquellos que quieren apoderarse de tesoros o bienes de los otros (dinero, pensamiento), para ocupar de alguna forma su lugar. Pero hay otra envidia que podemos llamar «reactiva» y que es mucho peor: Consiste en no soportar la existencia de los otros como tales, queriendo destruirles a ellos, con aquello que representan. Ésta es la envidia de los sacerdotes que sólo tienen el poder que brota de su imposición sacral y que  rechazan a todos los que pueden abrir unos modelos de vida distintos de los suyos (que les privan de su poder). Ellos representan el deseo impositivo (no la gracia de Dios) y por eso combaten al representante del Dios de la gracia. Su envidia es contagiosa en un sentido destructor: pone en marcha el proceso de muerte de Jesús y no termina hasta matarle, como iremos señalando en lo que sigue. Piensan que sólo matando a su objeto superan y vencen su envidia, para así vivir en paz. Pero la envidia no se vence con la ley, sino con la gracia, como seguiremos viendo. 
c. Egoísmo económico. Los que mataron a Jesús fueron hombres normales,  no unos ángeles perversos, y en esa línea se sitúan los evangelios que han contado su muerte de manera simple y honda, sin discursos moralistas. Los sacerdotes que juzgaron a Jesús eran externamente buenos, cumplidores, temerosos de Dios… Pero, en el fondo,  eran egoístas, se buscaron a sí mismos, dentro de un sistema fundado en el poder y en el dinero del templo, identificando a Dios con poderes y privilegios. Ellos no entregaron a Jesús porque fueran más corruptos que otros, sino porque defendían el interés de su religión, su poder y su dinero, por encima de Jesús, que era signo de la gracia de Dios. Le mataron por ser “egoístas”, representantes de un poder que se busca a sí mismo[vii].
  Jesús, en cambio, quiso un Reino donde lo primero fuera el servicio a los más pobres (a los excluidos y negados  de la sociedad israelita). Por ellos vivió, para ellos inició un movimiento gratuito (no violento) de  Reino, condenando no sólo a Mamón (que es dinero convertido en fin absoluto), sino el sistema económico de los tributos religiosos e imperiales (cf. caps. 25‒27: purificación del templo, dinero del César, viñadores homicidas). Por anunciar lo que anunciaba y vivir como vivía, se opuso sin violencia (sin riqueza ni poderes de este mundo) a los violentos del templo y del imperio que manejaban y defendían en el fondo su dinero, su propia economía sagrada y/o política. Sobre un orden que se impone por la fuerza, oprimiendo a los débiles con una capa de sacralidad (que al fin se identifica con Mamón) había proclamado Jesús la grandeza del Dios verdadero, amor infinito, que vive y crea en gratuidad, superando la lucha universal que conduce al triunfo y dictadura de los fuertes.
En esa línea se entiende el gesto básico de la “condena” del templo, que los sacerdotes han convertido en “cueva de ladrones” (cf. Mc 11, 17), lo mismo que la traición de Judas, en cuyo fondo se esconde un tema de dinero (tema 30). En ese fondo se sitúa la palabra radical de Sant 5, 6, que recoge la mejor tradición de los evangelios, diciendo que a Jesús le mataron los ricos por dinero.
La muerte de Jesús puede interpretarse así como el “asesinato” central de la historia humana, el pecado de todos los pecados (lo que según la tradición teológica podría llamarse el “pecado original”), que se define como miedo a la vida, envidia y deseo de seguridad (dinero). Para los cristianos, esa muerte ha sido la gran mutación (más allá del miedo, de la envicia, del dinero). Hombres y mujeres parecían condenados a morir bajo un orden sacral y/o imperial que les cerraba en su cárcel de hierro, que en el fondo es la dictadura del dinero. Pues bien, superando ese plano, Jesús les ha capacitado para en libertad de amor, no como esclavos de Dios (o de un sistema económico externo), ni como guerreros de una lucha sin fin entre partes enfrentadas (en talión del juicio), sino como amigos de Dios y compañeros (amigos) en un mundo abierto a la abundancia de la vida compartida (multiplicación de los panes)[viii].
Este ha sido su experimento, un camino de humanidad. Hasta ahora, los hombres vivían dominados (inmersos) en el orden sagrado del templo (Jerusalén) o del imperio militar (Roma), siendo al fin esclavos del miedo, de la envidia y de un tipo de capital divinizado (Mamón del templo, Mamón del Imperio). Pues bien, Jesús ha sembrado en su  camino, desde el Jordán y Galilea hasta Jerusalén, una simiente de humanidad, ofrecido en principio a Israel, pero abierta a todos los pueblos, enfrentándose para ello con los poderes (religiosos y políticos) que regían la sociedad palestina de su tiempo[ix].


 




[i] Cf. B. Sesboüé, Jesucristo. El único mediador, Sec. Trinitario, Salamanca, I, 1990, 49-97.
[ii] Se trata posiblemente de una glosa posterior, escrita por un copista pre-gnóstico, que interpreta la muerte de Jesús en la línea de un conflicto angélico. Cf. S. Vidal, Los escritos originales de Pablo, Trotta, Madrid 1996, 163-165. Cf. A. Orbe, Cristología gnóstica I-II, BAC, Madrid 1976. Para incluir la visión del Cristo gnóstico en un panorama de las cristologías, cf. J. Pelikan, Jesús a través de los siglos, Herder, Barcelona 1989.
[iii] Más que a Jesús como persona, los sacerdotes temen al pueblo que ellos quieren controlar, y del que dependen. Tienen miedo de que el pueblo se emancipe, dejándoles sin mando. No tienen nada propio; dependen de otros. Por eso se reúnen y preguntan: ¿Qué haremos? Su argumento («vendrán los romanos y nos quitarán...») puede entenderse de dos formas. (1) En un nivel altruista ellos actúan como defensores del lugar y pueblo santo, para bien de los demás; piensan que el triunfo de Jesús, con el consiguiente cambio del pueblo, supondría una ruptura jurídico-social que exigiría la intervención de Roma, con las consecuencias previsibles: Destrucción del templo y muerte en masa de judíos. (2) Pero en un nivel egoísta ellos sólo piensan en sí mismos: si triunfa Jesús, ellos pierden su función (=dinero)  y quedan sin garantías jurídicas, de forma que los romanos les quitarán la autoridad sobre templo y pueblo.
[iv] El evangelio ha entendido ese texto en sentido redentor: Jesús ha muerto de hecho para salvación de todos, incluidos judíos y gentiles. Caifás, en cambio, quiere que Jesús muera, para mantener así los intereses y la seguridad del sistema del templo.
[v] La envidia aparece desde el principio de la Biblia: Eva-Adán envidiaban a Dios; Caín envidiaba a Abel (Gen 3-4), y los ángeles guardianes a los hombres (Gen 6 y 1 Hen 6-36), y los injustos al justo (Sab 2). La envidia es un tipo de pecado original, un odio que consiste en no poder soportar a los otros, queriendo destruirles. Lo contrario al amor a los enemigos (la experiencia y mensaje más hondo de Jesús) es la envidia que nace de la inseguridad propia y del miedo, que se convierte en deseo de destrucción de los demás, como he puesto de relieve, temáticamente, en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2006.
A pesar de las indicaciones de U. Sommer, Die Passionsgeschichte des Markusevangeliums, WUNT 58, Tübingen 1993, 169, la envidia de los sacerdotes como causa de la muerte de Jesús ha sido poco destacada. Cf. A. C. Hagedorn y J. H. Neyrey, «"It Was Out of Envy That They Handed Jesus Over" (Mark 15:10): The Anatomy of Envy and the Gospel of Mark»: Journal for the Study of the New Testament 69 (1998): 15-56. Para un estudio más profundo del tema, en un contexto cultural y religioso, cf. G. M. Foster, «The Anatomy of Envy: A Study in Symbolic Behavior»: Current Anthropology 13 (1972) 165-86; R. H. Bell, Provoked to Jealousy, WUNT 63, Tübingen 1994; R. Pesch, Marco II, Paideia, Brescia 1982, 681, con cita de M. Herranz Marco, “El proceso ante el sanedrín y el ministerio público de Jesús”: EstBib 34 (1974) 83-111; S. Ranulf, The Jealousy of the Gods and Criminal Law at Athens. A Contribution to the Sociology of Moral Indignation, Williams and Nordgate, London 1933.
[vi] Pilato no envidia a Jesús, pues se mueve en otro mundo, con otros intereses de poder. Los sacerdotes le envidian, porque han visto en su conducta algo que en el fondo les gustaría tener, pero que no quieren, pues no quieren cambiar, ni perder la autoridad que poseen. No pueden vivir en verdad con lo que tienen, pero tampoco quieren cambiar y transformarse. Por eso necesitan matar a los que son distintos, como Jesús, para seguir manteniendo el poder que tienen.
[vii] En un nivel, todo es normal y todo se realiza conforme a la Escritura: varios profetas, algunos salmos, Sab 2, habían dicho que, enfrentados ante un conflicto semejante, los poderes de este mundo acabarían condenando al inocente. Pero, en otro nivel, todo es nuevo: En la muerte de Jesús se encarna y culmina (se enfrenta), de una vez y para siempre, la violencia humana y el amor de Dios.
[viii] Sacerdotes del templo y soldados de Roma habían elevado su imperio religioso y político sobre bases de violencia. En contra de eso, Jesús quiso abrir para sus seguidores un camino de humanidad gratuita y compartida, que comienza en Israel y puede extenderse a todos los pueblos.
[ix] Jesús no se ha enfrentado con miedo y envidia a los poderes que han querido dominarlo todo. Ciertamente, ha podido sentir miedo (como hemos visto en los capítulos anteriores), pero no ha dejado que le domine y dicte su conducta, sino que ha mantenido su proyecto de Reino, al servicio de la gratuidad y comunión entre los hombres.
INRI, LA ACUSACIÓN CONTRA JESÚS
           
El relato anterior (y la historia de este libro) culmina en la crucifixión de Jesús, entendida e interpretada desde una perspectiva histórica y teológica. Como he venido indicando, el principio de la confesión cristiana no ha sido la historia de la cruz, sino la experiencia pascual, es decir, la certeza de que Jesús resucitado es Hijo de Dios. Pero esa experiencia pascual resulta inseparable de la cruz, como afirmaba Pablo, en los años cincuenta (a los veinte de la muerte de Jesús), cuando hablaba del fracaso del mesianismo “davídico” de Jesús, aunque sin concretar sus motivos históricos,  para insistir en la Resurrección, por la que sido constituido Hijo de Dios (Rom 1, 2-3).
Pablo destaca la importancia de la muerte de Jesús como acontecimiento histórico, pero no describe sus causas ni sus circunstancias. Ciertamente, dice que Jesús fue entregado, y sabe que murió en una cruz, como un hombre a quien la Ley maldecía (cf. Gal 3, 10), pero no le importan sus detalles, de manera que, en sentido simbólico, un glosista ha podido afirmar que no le mataron lo hombres, sino los “arkhontes” o espíritus perversos, y que lo han hecho por ignorancia (cf. 1 Cor 2, 8), en una línea explorada después por los gnósticos, que tienden a negar el valor e incluso la realidad histórica de esa muerte.
Pues bien, retomando tradiciones recogidas en el Relato de la Pasión, que está al fondo de Marcos, y en la versión más antigua de Juan, los evangelios han puesto de relieve el carácter histórico de la muerte de Jesús, interpretándola como momento clave de la revelación de Dios (con su gran valor simbólico), como indica lo que sigue: 1. Introducción. Algunos momentos de su muerte. 2. Ha muerto por tortura (terrorismo). 3. Y le crucificaron. 4. Rey de los judíos: El título de la Cruz, una condena política. 5. En compañía de dos “bandidos

1. Introducción. Una cronología de su muerte

Como evoqué al hablar de la cronología (cap. 28), todo sucedió con mucha rapidez. En la Última Cena, al comienzo de la noche del jueves al viernes –antes de Pascua–, Jesús prometió a sus discípulos que la próxima copa la tomarían ya en el Reino, y luego fue al Monte de los Olivos, esperando la llegada de Dios, pero los delegados de los sacerdotes le prendieron y le condenaron, sin verdadero juicio, entregándole a Pilato, para que le matara.
Ésa es la historia que Marcos ha querido contar cuidadosamente, ofreciéndonos una serie de datos, que nos permiten evocar ya el sentido de su muerte. Jesús no sucumbió como un héroe, caído en la lucha, matando a contrarios, sino como un esclavo sin honor ni dignidad, desnudo ante los que pasaban y se burlaban de su “suerte”.
 Platón dice que Sócrates murió lleno de paz, como héroe filosófico, sabiendo dónde iba (como alma inmortal), y despidiendo a sus amigos, tras haber culminado su vida (cf. Fedón 114-118). Pero Jesús no había proclamó la inmortalidad del alma, sino la llegada del Reino de Dios, y murió como un perdedor, olvidado al parecer por Dios y abandonado por sus amigos (cf. Mc 15, 34)[i]. Éstos son los momentos de su juicio final y de su muerte:

Al salir el sol. Condena “oficial” de los sacerdotes: Hacia las seis de la mañana (Prôi: Mc 15, 1; cf. Jn 18, 28) los sacerdotes ratificaron la condena de Jesús, para mantener la legalidad, pues la Ley prohíbe condenar a nadie de noche, y después le llevaron donde Pilato, para que le ajusticiara (Mc 15, 1-2 par). Por lo que ya visto en cap. 32, el juicio de los sacerdotes no tuvo un carácter vinculante, pues en ese caso deberían haber ratificado y cumplido ellos mismos la sentencia, lapidando a Jesús, como parecen haber hecho en el caso de Esteban (Hch 7, 54-60)[ii].
Muy temprano. Juicio y condena de Pilato. Poco después (sigue el prôi, hora de prima), trajeron a Jesús del Sanedrín o, quizá mejor de casa de Caifás (Jn 18, 28), al pretorio de Pilato, iniciándose un juicio que pudo durar algún tiempo, entre las seis y  las nueve, y no es verosímil (aunque no imposible), que Pilato mandara a Jesús ante Herodes Antipas, que estaría en Jerusalén para celebrar la Pascua (cf. Lc 23, 8-12). Como he señalado en cap. 33, no sabemos si ese juicio de Pilato se ejecutó con las garantías del Derecho Romano o si fue una simple condena sumaria, por razón de Estado[iii].
Hora tercia: Simón de Cirene. En torno a las nueve, tras la condena de Pilato y la flagelación (que evocaré en el próximo apartado), le llevaron a crucificar (Mc 15, 25). Habían pasado sólo unas horas desde el prendimiento. Se trató, por lo que sabemos, de un “juicio sumarísimo” y tanto los sacerdotes como Pilato querían que todo terminara pronto, para que a la caída de la tarde, antes de la puesta del sol, no quedara ni rastro de los sucedido, y los cadáveres de los ajusticiados (Jesús y los ladrones, crucificados a su lado), fueran enterrados (Jn 19, 31). En ese contexto añade Marcos una noticia que parece histórica: «Y obligaron a uno que pasaba, un tal Simón de Cirene, que venía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, para que llevara su cruz» (Mc 15, 21). El texto supone que Jesús estaba débil por la flagelación, siendo incapaz de soportar el peso de la cruz, de forma que, los militares-verdugos (utilizando un derecho que parece evocado en Mt 5, 41; cf. angareuein) pusieron la cruz sobre Simón[iv].
– Sigue la hora tercia, crucifixión en el Gólgota. El camino entre el Pretorio (donde habría sido el juicio de Pilato: cf. Jn 19, 9) y el Gólgota o lugar de la crucifixión, a las puertas de la ciudad no era largo, y se podía recorrer en unos minutos (sobre todo si la cruz de Jesús la llevaba otro). Marcos dice que le sacaron (exagousin, 15, 20), para indicar que le expulsaron, de forma física y simbólica, de la ciudad donde había entrado como Mesías (Mc 11, 1-11), purificando su templo. Había querido instaurar allí el Reino, pero los sacerdotes triunfaron y lograron que Pilato le condenara poniendo su cruz sobre el altozano rocoso (epi: Mc 15, 22), del Gólgota o la Calavera  que había sido una cantera, quizá con huesos muertos. A Jesús no sólo le arrojaron fuera de la ciudad, sino que le condenaron a morir en un lugar impuro (como la Gehena de Mc 9, 43-48) [v].

2. Ha muerto por tortura (terrorismo)

Le han ejecutado con una muerte refinada, por terror: Desnudo y clavado en una cruz, hasta caer bajo la muerte en llaga viva, para terror de posibles condenados y espanto de espectadores. Ese terrible ritual de tortura había sido adelantado, según los evangelios, por dos gestos significativos de desprecio y burla (unidos a la flagelación).

a. Desprecio en el Sanedrín (Mc 14, 64-65 par). Empecemos por Marcos, retomando la escena  del Sanedrín (cf. cap 32), después que Jesús ha dicho que es el Hijo de Dios y ha citado a los sacerdotes ante el Hijo del Hombre:

El Sumo Sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo: ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? Todos lo juzgaron reo de muerte. Algunos comenzaron a escupirle y, tapándole la cara, le daban bofetadas y le decían: ¡Adivina! Y también los servidores lo golpeaban (Mc 14, 63-65 par).

Según Marcos, Jesús fue condenado por blasfemia, es decir, por injuria contra Dios, cuyo honor quieren custodiar los sacerdotes. Blasfemo era en aquel contexto quien pronunciaba de forma irreverente el Nombre de Dios o el que adoraba otros dioses, distintos del único Dios israelita, o se atribuía honores divinos.
En sentido histórico, Jesús no ha blasfemado, pero (según Marcos) el Sacerdote le acusa de ello quizá porque interpreta su confesión mesiánica posterior de la iglesia como una forma de identificación con Dios, quizá porque ha entendido como blasfemia la forma en que Jesús se ha opuesto a su autoridad en el templo (cf. cap. 32). En ese contexto sitúa el evangelio las primeras formas de “tortura” contra Jesús que, posiblemente, tienen un sentido simbólico más que histórico; no dicen lo que pasó, sino lo que está en el fondo de lo que pasó:

‒ Desprecio. “Algunos” (se supone que del grupo de los sacerdotes) no se contentan con juzgarle, sino que le deshonran (escupen), burlándose de él (tapándole la cara) y ridiculizando su don de profecía (diciéndole que adivine quién le ha pegado). No les basta con haberle condenado, sino que le degradan y desprecian, humillándole así de un modo personal. No sabemos si se dio efectivamente una burla de ese tipo. Es posible que Marcos no tuviera noticia de ello, pero ha podido deducirlo por lo que solía suceder en esos casos, al menos en otros tribunales: Se supone que los condenados pierden sus derechos, no tienen dignidad y pueden ser injuriados.
‒ Golpes físicos. Los servidores o criados de los sacerdotes (hyperetai), quizá miembros de la guardia paramilitar que le había prendido (cf. Mc 14, 43), y que debía custodiarle, imitaron a sus amos (jueces), y golpearon también a Jesús, como si fuera despreciable. Este detalle nos sitúa ante la venganza de los inferiores, de aquellos que, estando sometidos a otros, se desahogan con los que son aún inferiores, los condenados. No tienen motivos para tratar a Jesús de esa manera. No han sido amenazados, no han sufrido injuria alguna y sin embargo descargan en él su resentimiento. Una misma agresividad violenta vincula a los primeros (jueces) y a los últimos (criados), por encima de las distinciones sociales, como si todos debieran unirse contra un Jesús, chivo expiatorio al que ven como causante de sus males[vi].

b. Flagelación y coronación de espinas, sentido de fondo (Mc 15, 16-20a par). Una escena semejante se repite de manera más organizada y solemne tras el juicio ante Pilato, que ha entregado a Jesús para ser flagelado y crucificado (Mc 15, 15 par). Parece que la flagelación era un rito normal de tortura, siendo incluso beneficiosa para el reo, pues le debilitaba,  haciendo que pudiera morir antes, sin que la cruz se alargara demasiado. Pero en el caso de Jesús los textos no hablan sólo de flagelación, sino de un “rito” previo de coronación y parodia:

 Pilato… entregó a Jesús flagelándole, para que fuese crucificado. Pero los soldados le sacaron fuera del aula o sala del Pretorio y convocaron a toda la cohorte y le vistieron de púrpura y le impusieron una corona de espinas que habían trenzado, y comenzaron a saludarlo: ¡Salve, rey de los judíos! Le golpeaban la cabeza con una caña y le escupían y arrodillándose le rendían homenaje. Y cuando se habían burlado de él así, le quitaron la púrpura y le pusieron sus propios vestidos y le sacaron para crucificarle (Mc 15, 15-20 par).

Esta escena (cf. también Jn 19, 1-3) guarda semejanza con rituales de coronación y vasallaje ritual burlesco, comunes en diversos pueblos, y parece fundarse en la necesidad que muchos tienen de mofarse de todo lo que destaca o sobresale. Estrictamente hablando, Pilato sólo había ordenado la flagelación, pero Marcos (y Mateo) la omiten y hablan sólo de un rito de coronación y burla regia.
Sea como fuere, podemos suponer que la flagelación fue histórica, mientras la coronación puede tomarse como un símbolo (irónico) de la inversión mesiánica de Jesús y de su Reino, frente al Imperio. Los soldados romanos, auténticos dueños del Imperio, se ríen y burlan de Jesús, en gesto de sarcástica ironía. Pero Marcos, en ironía más alta, muestra y confiesa que el mismo Jesús, rey de burla, es verdadero Rey, de forma que el gesto de los soldados que le coronan es irónicamente verdadero: Jesús ha sido y es verdadero Rey Mesías condenado a muerte.
La coronación es un rito de desprecio y burla, que nos permiten situar históricamente la muerte de Jesús, insinuando que ella no ha sido simplemente el resultado de un veredicto judicial de los sacerdotes y Pilato, sino signo de una presencia superior de Dios. Por eso, en vez de la flagelación, que casi sólo tiene un sentido material (castigar y debilitar a Jesús para que tarde menos en morir), Marcos evoca (quizá crea) una escena de coronación, para mostrar irónicamente (conforme a su estilo, con gran profundidad) el carácter regio de la muerte de Jesús. Los sacerdotes le acusan, Pilato le condena, los soldados le coronan… Pues bien, en el fondo de ese horrible ritual, Dios expresa el carácter salvador de la muerte de Jesús, verdadero rey.
Ese rito evoca una fuerte descarga agresiva de los soldados romanos, quienes, antes de flagelar a Jesús y crucificarle, realizan ante él un signo ancestral de burla que sirve para entender el sentido de su vida y de su muerte, del triunfo y fracaso de los reyes. No es un gesto inusual ni imposible, pues relatos de este tiempo aparecen en historias de diversos pueblos.
Los soldados se burlan de Jesús, rey falso, y desprecian con él a los judíos, y a todos los poderes, mostrando la mentira del mundo, con sus reyes y anti-reyes. Ellos, profesionales de la violencia, desprecian todo lo que existe: Paradas militares, honores y glorias. En realidad, el poder lo tienen ellos, servidores de la muerte, de manera que sacerdotes y jueces, gobernadores y pueblos, todos se someten a su violencia. Por eso no aceptan ninguna verdad superior. Quizá podamos añadir que representan la fuerza de un destino que al fin se impone sobre emperadores romanos y cristos galileos, sin advertir que Jesús no ha querido ser rey ni anti-rey de esa manera; no ha entrado en la lucha del poder, no ha buscado un reino por las armas (cf. Mc 10, 35-45; Jn 18, 36). 
Los soldados parodiantes conocían el secreto de los reinos (lo más parecido a un rey triunfante es un rey asesinado), y sabían además que todo gesto de homenaje tiene un doble sentido (es burla y gesto de admiración): Solemos doblar la rodilla ante un monarca a quien amamos y odiamos, a quien defendemos y quisiéramos matar al mismo tiempo. Pues bien, al realizar esa parodia ante Jesús, estos soldados se equivocan, pues él era distinto y no quería imponerse sobre nadie[vii].

 Flagelación. Históricamente, por comparación con lo que solía realizarse en otros casos, podemos suponer que, habiendo sido condenado a muerte, Jesús fue flagelado, hasta quedar sin fuerzas, de manera que el cirineo debió llevar el travesaño de la cruz hasta el Calvario donde fue crucificado. En este contexto, se pueden hacer diversas consideraciones sobre la forma de los látigos, el número de azotes y la dureza de la flagelación, insistiendo quizá en el odio de los soldados romanos, que descargaban su agresividad contra los judíos a quienes debían ejecutar.
− La coronación, con la burla de los soldados, puede haber sido real (no es nada imposible en aquel contexto), pero tiene un carácter más simbólico. Desde ese fondo ha de entenderse la “vacilación” del texto, que primero evoca la flagelación, por orden de Pilato, pero después la silencia y habla sólo de la burla de los soldados (cf. Mc 15, 15. 16-20). Podemos suponer que Marcos ha introducido este signo en un texto que en principio hablaba  sólo de condena a muerte, flagelación y crucifixión. En esa misma línea sigue Mateo. Lucas suprime tanto la referencia a la flagelación como a la coronación (quizá por sobriedad, quizá por silenciar la burla de los soldados romanos contra Jesús)[viii]
‒ Una tendencia iconoclasta. Conforme al texto de Marcos, los soldados escenifican con Jesús un ritual antimonárquico iconoclasta, que sirve ridiculizar (despreciar) a reyes y pretendientes regios, como muestran diversos rituales de coronación exaltación y muerte de reyes, bien conocidos en diversos países, desde el Mediterráneo antiguo hasta México precolombino. Pues bien, en este caso, ante la condena de Jesús como Rey Falso, los soldados romanos habrían convocado a la compañía y sin necesidad de ensayo alguno (el ritual lo llevan dentro) le vistieron de rey y representaron con él un rito de burla sagrada, mostrando así el lado ridículo y burlesco de los grandes honores de la historia. En la figura de Jesús, a quien visten de rey y adoran de un modo burlesco, escupiéndole y golpeándole con la caña, los soldados-verdugos representan la suerte de su Emperador (Generalísimo supremo) a quien dicen servir, pero a quien en realidad, utilizan y desprecian. Así reconocen el Poder, pero lo humillan, humillando a Jesús, a quien toman como rey fracasado, despreciando todos los poderes más altos[ix].




[i] No muere luchando como Judas Macabeo, a quien muchos judíos posteriores glorificaron por su valentía y entrega militar, ni en un complot, asesinado por traidores, como Julio César, a quien vengaron sus partidarios, sino como reo público, un maldito (cf. Gal 3, 13).
[ii] Sobre el desarrollo del juicio de Jesús ante los sacerdotes, con la competencias de la autoridad judía, y todos los temas relacionados con ello, cf. Brown, La Muerte, 405-486.
[iii] Sobre el “ius gladii” o derecho condenar a muerte de los judíos y de los romanos en Jerusalén, cf. R. E. Brown, La Muerte del Mesías, Verbo Divino, Estella 2005, 445-457. Jesús no era ciudadano de Roma, sino un judío peligroso, a quien se acusaba de poner en riesgo la estabilidad del orden romano (cf. Lc 23, 1-2. 5). En casos como ése (a no ser que el acusado fuera de familia noble o muy influyente, como sucedió por entonces con algunos familiares de Herodes), la justicia romana solía ser implacable.
[iv] Un elemento esencial de la crucifixión era que vieran al reo agonizar colgado de la cruz, como escarmiento. Por eso debía llegar vivo al lugar del suplicio, llevando en sus hombros el madero vertical (el horizontal solía estar en el lugar de la ejecución). Si no tenía fuerzas lo debía llevar otro, pues era esencial que estuviera vivo al ser crucificado. Este recuerdo del cirineo con el travesaño de la cruz debe ser histórico, por su nombre (Simon de Cirene) y el de sus hijos (Alejandro y Rufo), eran conocidos de la comunidad de Marcos (quizá en Damasco).
[v] Se llamaba Gólgota/Calavera por su forma (altozano redondo) y quizá porque podían verse cerca calaveras impuras (desenterradas). A diferencia de lo que pasará más tarde (cuando se ejecuta a los reos en las plazas), los judíos los ejecutaban fuera de la ciudad, para no mancharla.
[vi] Hay una tortura racional (pedagógica, para conseguir informaciones) y otra irracional (por placer, descarga emocional o sadismo). La de Jesús pertenece al segundo tipo.
[vii] Marcos reinterpreta el terror de la Cruz, horrible y escandalosa (cf. Gal 3, 12; 5, 11:6, 12-14; 1 Cor 2, 23 y Flp 2, 8), como signo de coronación mesiánica. En sentido político, la crucifixión de Jesús podía tomarse como un hecho común, poco significativo… Pero los soldados han sabido resaltar su sentido, con un ritual de burla y desprecio que marca, por contraste, el sentido de la coronación mesiánica de Jesús. Según Jn 19, 15, Pilato aprovecha la parodia para mostrar a la gente la diferencia entre un rey de burla (Jesús) y un rey verdadero (el César), pensando que al ver a Jesús despreciado dejarán de condenarle. Pero los reunidos en la plaza se mantienen firmes, sin dejarse impresionar por burlas: Tienen envidia y miedo de Jesús y no cesan de gritar hasta matarlo (cf. Jn 19, 6-7). Cf. J. Blinzler, Der Prozeß Jesu, Pustet, Regensburg 1960; R. Girard, El chivo expiatorio. Anagrama, Barcelona 1986, 240-275; El misterio de nuestro mundo, Sígueme, Salamanca 1982, 169-318; R. Schwager, Jesús im Heilsdrama. Entwurf einer biblischen Erlösungslehre, IThS 29, Tyrolia, Innsbruck 1990, 109-153; S. J. Patterson, Beyond the Passion: Rethinking the Death and Life of Jesus, Fortress, Minneapolis 2004; G. S. Sloyan, The Crucifixion or Jesus: History, Myth, Faith, Fortress, Minnapolis 1995; V. Taylor, The Cross of Christ, Macmillan, London 1956.
[viii] En este contexto se puede hablar de un posible antisemitismo. Los soldados acuartelados en Palestina solían reclutarse en el entorno pagano, siendo en general odiados por los judíos, a quienes ellos a su vez odiaban. Por eso, es muy posible que quisieran descargar su agresividad contra Jesús, al que tomaban como representante de los judíos, pueblo distinto y, a su juicio, despreciable. Esos soldados solían ser antijudíos: Soportaban el odio del ambiente, se sentían hostigados. De esa forma, riéndose de Jesús, ellos expresaban su desprecio contra los vencidos, descargando su tensión, sin saber que él había pedido a sus discípulos que amaran a sus enemigos (cf. Mt, 5, 41). Mateo (26, 26-31) sigue a la letra a Marcos, afirmando que Pilato mandó que flagelaran a Jesús y le crucificaran, para olvidarse después de la flagelación y detenerse en la coronación. Lucas se fija sólo en la crucifixión (cf. Lc 23, 24-26). Jn 19, 1-4 supone que Pilato hizo flagelar y coronar a Jesús para escarmiento, pensando que el pueblo se contentaría con ello (sin crucifixión); pero el pueblo rechazó su propuesta, y no dejó de gritar hasta conseguir que Jesús fuera crucificado.
[ix] Ellos aparecen así como árbitros supremos del Imperio. Al recordar este “ritual”, Marcos estaría evocando, en el contexto de la muerte de Jesús, la falta de sentido de todos los poderes imperiales Cf. R. E. Brown, La muerte del Mesías I, Verbo Divino, Estella 2005, 999-1031.


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