jueves, 2 de mayo de 2013

El verdadero cristiano





            El verdadero cristiano está por encima de toda ideología y se halla donde el hombre se abre a Dios y al otro, siempre que se da verdadero amor y superación del egoísmo, siempre que el hombre busca la justicia, la solidaridad, la reconciliación y el perdón, existe cristianismo y emerge la estructura crística dentro de la historia humana. Por tanto, el cristianismo no se realiza tan sólo allá donde es profesado explícitamente y es vivido ortodoxamente, sino que se manifiesta siempre y allá donde el hombre dice si al bien, a la verdad y al amor.
           

Este planteamiento nos invita a tener una mente abierta al diálogo y a un pluralismo teológico-religioso, para no encerrarnos en un dogmatismo de carácter fundamentalista. El verdadero cristiano no es simplemente el que así se denomina y se afilia a la religión cristiana, sino el que vive y hace realidad su vida, aquello que Cristo vivió y por lo que fue apresado, condenado y ejecutado. El mismo Jesús dijo a sus discípulos y amigos. No es el que me dice Señor, Señor, el que entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que cumpla la voluntad de mi padre. Ser cristiano de verdad es mucho más que confesar de labios a Cristo, más bien significa vivir la estructura y el comportamiento que vivió el mismo Cristo: amor, perdón, confianza total en Dios. Existe todavía gente que confunde el ser cristiano con el hecho de estar apuntado en un registro determinado, éstos son los cristianos de número. A ellos conviene recordarles que sin compromiso se autoengañan. El cristianismo es la vivencia concreta y consecuente, en la estructura crística, de lo que Jesús de Nazaret vivió como total apertura al otro, amor indiscriminado, fidelidad inquebrantable a la voz de la conciencia y superación de todo lo que ata al hombre a su propio egoísmo.
           
 No es verdadero cristiano el miembro confesional de la religión, sino aquel que se ha hecho realmente humano en virtud de su vivencia cristiana. No el que observa servilmente un sistema de normas y leyes, con vistas a sí mismo, sino el que se ha hecho libre para la simple bondad humana.

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