domingo, 11 de marzo de 2012

Agustín villamor: un testigo de Cristo


En este segundo domingo de cuaresma de marzo del 2012 después de una enfermedad larga y de sufrimiento, pero que siempre llevó con una paz que incluso nos transmitió a todos en una breve instancia en el hospital Arquitecto Marcide de Ferrol se presentó ante el Señor tranquilo y esperanzado este incansable misionero y luchador: Agustín Villamor Herrero.

Sus compañeros claretianos, familiares y amigos acreditaron el afecto a su persona y el agradecimiento al Señor por regalarnos un amigo como Agustín.

Agustín fue un hombre especial, de constitución física menuda y de apariencia débil, pero con una bien equilibrada cabeza. Todos recurríamos a él cuando teníamos algún problema y él siempre tenía alguna solución.

Agustín escuchó el clamor de los pobres y respondió lo más ajustadamente que supo marchándose de misionero al Perú. El amor cristiano no se deja entrampar por el egoísmo o por el ocio y tiene una vocación de servicio. Son los señores de este mundo los que quieren dominar y ser servidos, mientras que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida por los demás (Mt 20, 25-26).

La creación de un nuevo cielo supone lograr la presencia de Dios entre los hombres, lo cual permite transformar la vieja Babilonia en la nueva Jerusalén.

Cuanto más he conocido a Agustín, más llegué a la convicción de que el servir a los pobres de Perú fue que este servicio es lo que dio ultimidad a su vida. Comentábamos con su esposa Maca que sin la selva de Perú no sería Agustín….

Agustín fue un hombre magnánimo (grande de corazón) ciertamente, los santos fueron todos magnánimos y todas las personas que pasaron por la vida de la Iglesia abriendo caminos y dejando una huella profunda es porque fueron magnánimos.

Toda su vida estuvo llena de hechos de la más auténtica grandeza de corazón. La magnanimidad debería ser la virtud de nuestro tiempo, porque es la que hace mover las cosas grandes y la que nos hace seguir las huellas de Jesús que murió perdonando a los que le mataron. Solamente los magnánimos como Agustín llegan a la auténtica y verdadera vida Espiritual porque son los que le dan todo a Dios.

Los magnánimos como Agustín se pueden reconocer muy bien porque están siempre disponibles cuando les necesitamos y siempre nos ayudan a resolver situaciones difíciles creando optimismo y esperanza. Cuando se les pide algo siempre responden sí. Son un oasis en medio del mundo en el que vivimos.

Agustín fue un gran creyente, un hombre de corazón limpio como el de las bienaventuranzas de Mateo. ¡Que buen recuerdo tendrán de él los de la selva de Perú a donde fue de misionero entregando su vida y su salud!

Recuerdo muy bien nuestras conversaciones cuando paseábamos por la laguna de Valdoviño y por los montes de el Val. Su inteligencia me impacto, pero lo que más me impactó fue cuando me hablaba de los más pobres y necesitados haciéndome recordar que predicar la cruz a los crucificados es convertirse en uno de ellos.

Lo fundamental que me ha dejado Agustín es que nada hay más esencial que el ejercicio de la misericordia y nada más humano y humanizante que la fe.

Siempre recordaré su capacidad de entrega, siempre gratuita, pero lo que más recuerdo fue el amor que él nos transmitía y a través de su amor los que le conocimos pudimos conocer más a Dios, porque todo aquel que ama nació de Dios y conoce a Dios.Hay una frase que Martin Luther King escribía sobre el bien y el mal dice así:

“Tendremos que arrepentirnos en esta generación no simplemente por las palabras y acciones llenas de odio de las personas malas sino por el espantoso silencio de las personas buenas”.

El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. 1 Corintios 13:6

Agustín no podía callarse ante la injusticia

La paciencia y la fe que Agustín nos mostró a todos en medio de su enfermedad fue un auténtico testimonio. Las pruebas son inevitables y además necesarias para todos los que creemos en Cristo. Agustín en medio de la prueba dio testimonio en quien había confiado y en quien había creído mostrándonos que el buen testimonio trae como consecuencia, que Dios puede hacer con nosotros lo que le parezca y utilizándonos como el quiera, como el alfarero hace con el barro.

¿Quién puede subir al monte del señor, entrar en su vida, en su Santuario? El hombre de de manos inocentes y de corazón puro.

Sé que no todo terminó aquí, porque si nuestra esperanza en Cristo se limitara a los límites de nuestra vida seríamos los más dignos de compasión de todos los hombres.

Gracias Dios mío por el regalo de este amigo y hermano en la fe.

Gracias, Agustín, amigo; “compañero del alma, compañero”, que diría Miguel Hernandez.

José Carlos Enríquez Díaz

1 comentario:

  1. Compartamos e fagamos unha cadea para concientizarnos do que pasa con estas realidades e a reacción que a Igrexa debería tomar. Para mín sería que o celibato fose optativo co que esto non pasaría endexamáis.
    E por último para os que o quixeron e os que él quixo o máis importante, é o que a nosa conciencia nos dicta, e gardar a súa memoria fará que non se esqueza aquilo polo que el loitou.

    Rosa Leiro.

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