sábado, 29 de octubre de 2011

Palabras poco cuidadosas




Pero yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio, pues por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:36-37).

A veces parece que pensamos que las palabras que pronunciamos simplemente caen al vacío y mueren, o se desvanecen en el aire, o se convierten en nada. Pero, ¡no! Nuestras palabras perduran - ¡ellas no mueren!

Usted puede decir, “Pero yo solamente dije este chisme a un amigo y él prometió no mencionárselo a nadie. Con él terminó.” No, ¡eso no sucederá! Cada palabra que usted y yo pronunciamos está grabada, escrita en la eternidad, y nosotros las escucharemos todas repetirse en el día del juicio.

Recuerdo haber experimentado una profunda convicción tras una conversación con un amigo acerca de un chisme. Lo que dije fue cierto. Se trataba de una situación moral que tuve que manejar referente a un ministro. Su nombre fue pronunciado en la conversación y yo dije, “No confíes en él. ¡Yo sé algo acerca de él!”

En el momento en que yo pronuncié eso, me sentí condenado. El Espíritu Santo me susurró al oido, “¡Para aquí! Nadie necesita saber de esto. No diga más porque no hay ningún propósito detrás. A pesar de que es verdad, ¡no lo repitas!”

Lo que yo había dicho era ya suficientemente negativo. Pero cuando saque todos los detalles, yo supe que ¡debí de haberme quedado callado! Me encontraba profundamente convencido por el Espíritu Santo. Así que más tarde le hablé a mi amigo y le dije, “Lo siento, fue un chisme. Estaba fuera de control. Por favor no lo repitas. Intenta no pensar al respecto.”

¿Acaso mi pecado es cubierto por la sangre de Jesús? Sí, porque yo reconozco completamente que he pecado y le he permitido al Espíritu Santo mostrarme parte del orgullo legalista que aún habita en mi. ¡Le permití que me humillara y me sanara! Hoy, cada vez que voy a decir algo en contra de alguien, obedezco al Espíritu Santo en cuanto lo escucho decirme alto y claramente,
“¡Deténte!”




David Wilkerson

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